Desvergüenza
Creo haber percibido con notable frecuencia en debates de la televisión pública la presencia de Carlos Floriano, señor que antes ejercía la ardorosa jefatura entre los peperos extremeños y que ahora es secretario de comunicación en ese partido que anda relamiéndose porque las inefables encuestas aseguran que en este momento recuperaría el ansiado trono que les permitiría salvar a la agonizante patria. Empleo el dubitativo "creo" porque ni su magnetismo expresivo, sus dotes polemistas o la profundidad de sus argumentaciones jamás me han dejado la menor huella. Cuesta un esfuerzo notable recordarle. Y entiendes al Rick Blaine de Casablanca cuando al masoquista interrogante que le hacía el ladino carterista que interpretaba Peter Lorre ("¿me desprecias, verdad Rick?") le respondía: "Si pensara alguna vez en ti, probablemente lo haría".
Resulta que la incompetencia, la desidia o la burrez de algunos funcionarios como Dios manda, se las ingeniaron para colar dos vídeos falsos en el telediario que pretendía ofrecer imágenes reales del terremoto de Haití y de inundaciones en Ciudad Real. Dislate que no es nuevo, que ha ocurrido otras veces en televisiones privadas y públicas, con la diferencia de que en la empresa privada los autores de esos disparates pueden tener un problema y en la cosa pública a lo máximo que se expone el vago vocacional y el desastre profesional es a una inocua regañina.
El concienciado Floriano no sólo exige la dimisión del director de informativos (qué raro que no añada la de Zapatero), sino que denuncia la constante manipulación política y absoluta gubernamenta-lización de los informativos de la televisión pública. Hasta los bebés saben que ésta fue el artefacto publicitario y manipulador más usado por cualquier gobierno. Pero también que ahora ese control se nota mucho menos, que las apariciones en ella de todos los grupos políticos están equilibradas, que no hay censura para los discrepantes del poder ni para los que sueñan con pillarlo. Es tan libre que hasta invita continuamente al tal Floriano para dar la brasa.
El comunicólogo pepero debería ver más la vomitiva Telemadrid, ese prodigio de obscenidad estética y moral, para constatar cómo se transforma una televisión pública en la impune, machacante y desvergonzada apología de su dueña.
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