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Reportaje:

Adiós a un árbol centenario

El viento derriba un cedro de 140 años que se conservaba en el Jardín Botánico

Pablo de Llano Neira

Réquiem por un árbol anciano. El Jardín Botánico despidió ayer con acordes de motosierra a un cedro libanés que no resistió el temporal de viento que azotó el jueves Madrid. Son 140 años de historia, dos toneladas y media de madera recia, convertidos en rodajas que los empleados se llevaban de recuerdo y en materia prima para artesanos profesionales y aficionados que se acercaron al olor del árbol caído.

Ocho podadores se ocuparon de seccionarlo desde el jueves por la mañana, pocas horas después de que se desplomase de madrugada. Ayer, con la faena a mitad de camino, se presentaron en el jardín dos lutiers en busca de madera gratis para fabricar instrumentos de música. Optaron por un generoso pedazo de rama de más de 100 kilos, después de examinarlo con cuidado.

El agua soltó las raíces, una ráfaga movió el tronco y el cepellón se desgarró
Dos lutiers recogieron pedazos de madera para hacer instrumentos

Uno de ellos, Manuel Contreras, que hace guitarras clásicas de concierto en un taller de la calle Mayor, juzgó su adquisición sin demasiado entusiasmo: "Bueno, no es una madera que utilicemos mucho los lutiers. No vale para la caja de las guitarras; pero es dura, resistente, y sirve para los mástiles". Tendrá que esperar al menos 15 años a que se seque el tronco para buscarle la forma.

Al desguace del cedro difunto también se presentó Jerónimo Páramo, 35 años, escultor en sus ratos libres. Se volvió a casa con un tarugo de seis kilos para el que ya tiene función: "Limpiaré la corteza y haré rostros de Cristo y figuras abstractas".

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Hay otros dos planes para el sinfín de trozos de madera desperdigados por el lugar: que los empleen los alumnos del taller de jardinería del Botánico para hacer bancos o que se descompongan para convertirse en compost (abono orgánico).

El vicedirector de horticultura del jardín, Mariano Sánchez García, explicó que el fin del árbol, de 17 metros de alto, se debió al efecto de la lluvia y el viento. "El agua soltó las raíces de la tierra, una ráfaga de aire movió el tronco con todo su peso y el cepellón se desgarró". Sánchez ilustró así el problema de los árboles perennes grandes con el aire: "Son como barcos de vela. Al conservar todo el follaje, absorben toda la carga del viento y hay más riesgo de que vuelquen".

Pese a que en el Botánico aún quedan dos cedros libaneses, uno de más de 100 años, la caída del más viejo deja un hueco estético importante en el mirador de la llamada terraza de los bonsáis. Allí hacía paisaje con otros tres árboles majestuosos: un olmo del Cáucaso, un árbol de hierro persa y un ciprés común.

Sánchez ya piensa en contactar con la Embajada de Líbano para pedir otro ejemplar "lo más grande posible, tanto como quepa en un barco o un avión". La traba principal para lograrlo es que el cedro libanés es un árbol endémico en su país, en riesgo de extinción, y el Botánico deberá obtener un permiso especial de exportación para que pueda salir del país de Oriente Próximo.

Con la caída del enorme cedro el jardín no pierde sólo un espécimen natural interesante, sino un arma valiosa contra el cambio climático, según resaltó el vicedirector de horticultura: "Un ejemplar tan grande y pesado como éste es un auténtico sumidero natural de dióxido de carbono. Ahora lo único que debemos de evitar es quemarlo, porque eso implicaría soltar al aire toneladas de CO2".

La contaminación que captó el árbol en sus 140 años de vida en el Botánico, al lado del paso constante de los madrileños en sus vehículos, desde carrozas de caballo en la antigüedad hasta ahora, con coches y motos de furiosos tubos de escape, también lo envejeció antes de tiempo. En el jardín no le daban ni 50 años de vida. El último aliento para una especie con una esperanza de vida de medio millar de años.

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