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Columna
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En cabeza ajena

Nadie escarmienta en cabeza ajena, reza un conocido refrán. Creo que todos, con mayor o menor frecuencia, podemos atestiguar que el refrán, como suele ocurrir con casi todos los refranes, acierta.

Ahora bien, el que nadie escarmiente no quiere decir que no sería bueno que ocurriera lo contrario. Una vez que hemos cometido el error del que deberíamos haber estado advertidos porque lo han cometido antes otros, todos lamentamos no haber escarmentado en cabeza ajena.

Esto que nos ocurre a los individuos, les suele ocurrir también a las sociedades en las que vivimos. Aunque el sistema político a través del cual organizamos nuestra convivencia se supone que dispone de mecanismos de reflexión y de deliberación colegiada, que deberían permitir que a las sociedades no les ocurriera lo que nos ocurre a los individuos, y que se tomaran en consideración experiencias anteriores, tanto propias como ajenas, a la hora de tomar decisiones, reduciéndose, en consecuencia, la probabilidad de cometer errores, sobre todo cuando existe evidencia empírica contrastada respecto de los mismos, no es infrecuente que no sea así.

Con la inmigración está ocurriendo en prácticamente todos los países de la Unión Europea de forma reiterada y por vías diversas. O en alguno, como Suiza, que no forma parte de la Unión Europea, pero que en este asunto se lo puede considerar como si fuera un Estado más de la Unión. Aunque no hay ningún estudio serio que ponga en cuestión los efectos positivos que ha tenido la inmigración para todos estos países, hay un componente racista y xenófobo que no deja de estar presente en la vida política europea. Y que se manifiesta de manera diversa pero inequívoca. A través de la prohibición de los minaretes mediante referéndum, como ha ocurrido recientemente en Suiza, a través del debate sobre la identidad nacional que promueve el presidente Sarkozy o de muchas otras maneras.

Nada positivo se ha conseguido nunca en ningún país como consecuencia de una iniciativa que tuviera su origen en un impulso de esa naturaleza. Todo lo contrario. Entre otras cosas, porque sacan lo peor de lo que llevamos dentro. Y sin embargo, las iniciativas no dejan de reaparecer periódicamente.

En estos últimos días está siendo noticia relevante en nuestro país la decisión del Ayuntamiento de Vic, con un gobierno de coalición integrado por CiU, PSC y ERC, de no empadronar a los inmigrantes que carezcan de visado. A pesar de las advertencias que se le han dirigido desde las más diversas instancias, públicas y privadas, en las que además se les ha advertido de la antijuridicidad de la decisión, el gobierno municipal parece empeñado en mantenerla, habiendo argumentado su alcalde públicamente que disponen de un informe favorable tanto del secretario del Ayuntamiento como de sus servicios jurídicos.

Es bastante probable que la iniciativa no pueda prosperar, porque, en el caso de que fuera aprobada por el municipio, podría ser recurrida y acabaría siendo anulada por los tribunales de justicia. Pero, independientemente de la suerte que corra la iniciativa, políticamente ya ha tenido el efecto negativo de llevar el debate al terreno al que no debe ser llevado. Como consecuencia, además de una propuesta inicial de un grupo de extrema derecha.

Esto puede ocurrir también en Andalucía. De ahí que no estaría de más que en los municipios andaluces se estudiara lo que está ocurriendo en el mencionado municipio catalán y que incluso desde la Federación de Municipios se fijara una posición respecto de la decisión adoptada. Una vez que una iniciativa como esta se pone en marcha, nunca se sabe a donde puede conducir, aunque nunca a buen puerto.

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