Sexo hipócrita
El edificio reluce al borde de la autovía A-4. Brillantes letras luminosas reclaman la atención del cliente. Grandes pantallas ocultan el aparcamiento a los ojos del curioso. En el interior, se comercia con el sexo.
Las carreteras andaluzas están plagadas de edificaciones por el estilo. Unas más lujosas que otras. Todo el mundo sabe qué sucede en el interior. Los vecinos. La policía. Los fiscales. Los jueces. Pero casi todo el mundo hace la vista gorda.
Hasta que un buen día, por ejemplo el pasado domingo, la policía anuncia que ha desmantelado dos redes de trata de blancas que operaban en Málaga, Torremolinos, Córdoba y Almería. A los 50 detenidos les acusan de haber comerciado con unas 1.000 mujeres. Lo hemos sabido porque algunas de ellas decidieron denunciar a quienes las explotaban.
El tema de la prostitución volvía a la primera página de los periódicos. Nos contaron los más escabrosos detalles de la vida en el interior de esas cárceles del sexo, en las que sus prisioneras atendían a hombres que no aman a las mujeres, como diría Larsson.
Para que todo resultara más cinematográfico, hubo incluso un chivatazo. Cuando la policía se presentó en el club de Torremolinos, el dueño y su abogado comían tranquilamente jamón ibérico. No se encontró droga, como esperaba la policía, y el medio centenar de mujeres presentes tenían sus papeles en regla, lo que no es habitual. (¿Sabremos algún día quién es el chivato?).
Porque el 90% de las mujeres explotadas en Andalucía son inmigrantes sin papeles. Proceden de Latinoamérica y del este de Europa. Las que colaboren con la policía, recibirán un permiso de residencia. Podrán trabajar legalmente en España. ¿En qué? ¿En lo mismo?
Ese mismo domingo, mientras el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, felicitaba a las mujeres que habían delatado a sus explotadores, leía una historia con ribetes porno políticos.
La protagonista, Iris Robinson. Una madura irlandesa devota cristiana del Tabernáculo Metropolitano de Belfast. Además, diputada, concejal y esposa del ministro principal de Irlanda del Norte, Peter Robinson. Famosa por su fanatismo religioso. Azote de homosexuales y libertinos.
Eso, en la vida pública. En privado, una hipócrita. Mrs. Robinson, traicionando su puritanismo, era la amante de Kirk McCambley, el hijo de su carnicero, 40 años menor que ella. Además, le dio dinero y una licencia municipal para abrir un bar, aprovechando su cargo de concejal.
Quizá esta Mrs. Robinson tarareaba la vieja canción de Simon y Garfunkel sobre otra Mrs. Robinson mientras le hacía carantoñas al joven de 19 años: "Jesús te ama más que de lo que crees / Que Dios te bendiga, Mrs. Robinson / El cielo tiene un lugar para los que rezan".
Iris Robinson rezaba. Lo mismo que rezaba el medio centenar de sacerdotes católicos irlandeses (éstos de Dublín) que durante tres décadas abusaron de cientos de niños, con la connivencia de la jerarquía eclesiástica, el Gobierno, la policía y la fiscalía, según reconoció el pasado noviembre el ministro de Justicia, Dermot Ahern. Todo, para proteger el sexo hipócrita de esos curas.
Hace unos días también se conocían los abusos sexuales sobre menores en Andalucía: 700 casos el pasado año. Desde 2002, la cifra ha crecido un 1.000%. Espectacular. Aunque los responsables de la Consejería de Igualdad creen que ese aumento no significa que haya más violaciones, sino que se descubren más. Antes se ocultaban. Sexo hipócrita, cometido en la mitad de las ocasiones por los familiares del menor.
Como hipócrita es el sexo que compran quienes aparcan sus automóviles al reclamo de luminosas siluetas tintineantes que jalonan nuestras autovías. Una actividad empresarial que sólo nos escandaliza un poquito cuando la policía anuncia una redada. El resto del tiempo, pasamos de largo.
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