Carestía
Los conductores de la patria han sustituido el gesto desenfadado y la sonrisa imperdonablemente optimista por la expresión solemne y concienciada al hablar de los progresos que van a aliviar el estado de las cosas. Por su parte, los que aspiran al control de la tarta, Rajoy y su incendiaria infantería, parecen a punto de orgasmo cada vez que aumenta el número de parados. Qué tranquilidad debe proporcionar a los políticos saber que su oficio es a perpetuidad, que van a seguir cobrando puntualmente la nómina mientras se rasgan las vestiduras y el corazón ante el lacerante infortunio de los que se quedan al pairo, que siempre son los otros.
Pero, concienciados a todas horas de la desgracia ajena, tienen el excesivo cinismo no ya de alimentar sus desnutridas arcas (acertijo: ¿quién las vació?) con todo tipo de impuestos, incluida la inevitable recogida de desechos, sino que permiten la subida de esas cositas tan precisas para la subsistencia como la luz, el gas, el agua, los transportes públicos, etcétera. Por supuesto, los que disponemos hasta el momento de curro bien pagado, no vamos a renunciar al placer del baño ni a racionar la electricidad y la calefacción, ni a movernos en taxi o en nuestro coche, ante semejantes nimiedades, pero justifica que los que se han quedado sin presente y sin futuro, los que ni siquiera pueden amenazar con la huelga porque ya no tienen ningún trabajo que defender, se especialicen en el lanzamiento de cócteles molotov, asuman su delincuencia con causa, defequen sobre el orden natural de las cosas.
El sistema debería ser consecuente en el encarecimiento de productos. Si no le salen los números, si hay que mantener el tanto por ciento de ganancias, que aumenten el precio de los Rolls-Royce, de las superputas, del ala de mosca con pureza extrema, de las grandes cosechas de Petrus, de los aviones privados, de los whiskies de malta de 100 años, de las joyas mejor guardadas de Cartier, de las inmejorables villas en paraísos climáticos, del caviar, de los modelos exclusivos de Armani, de esas cositas que sólo pueden echar de menos los que las han poseído y disfrutado. Sospecho que no habría quejas duraderas ni enloquecidas deserciones entre los compradores. Pero que los golfos no suban el pan para afrontar la crisis.
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