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Columna
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El saber torcido

A partir de las 00.00 horas del 1 de enero comenzó la puesta en marcha de la TVE sin anuncios, un nuevo experimento nunca visto con anterioridad. Para su lanzamiento no ha habido periodo alguno de transición progresiva, que nos transportara desde la saturación anterior hasta el nuevo estado de ingravidez publicitaria. A la nueva situación sin anuncios se ha llegado de manera abrupta al concluir la última campanada de las uvas. Todavía nos faltan datos para proceder a una evaluación de las consecuencias esperables tanto en TVE, como en las otras televisiones públicas de ámbito autonómico integradas en la FORTA y en las televisiones comerciales agrupadas en UTECA. El dato de la audiencia cosechada por TVE esa primera vez fue abrumador, pero tendrá que ser contrastado a lo largo de un periodo de tiempo razonable. La Corporación que preside Alberto Oliart se encuentra ante una encrucijada. Puede que inicie una senda análoga a la de la BBC o las de las televisiones públicas alemanas, pero también que acabe por renunciar a la exploración de las nuevas oportunidades y se deje llevar a la playa de la insignificancia donde querrían verla arrumbada sus competidoras privadas.

Faltan datos para evaluar los efectos de eliminar la publicidad en TVE

Es inútil llorar por la leche derramada. Aceptemos que el hecho de que sólo existiera una televisión pública, configurada además como servicio doméstico del gobierno de turno, era una anomalía a eliminar. Pero reconozcamos también que el itinerario elegido para el alumbramiento de las televisiones privadas pudo haber sido otro más provechoso para el conjunto del sistema audiovisual español. Porque la opción preferida fue la de conceder tres licencias a otros tantos grupos que quedaron por ello inicialmente muy reconocidos al Gobierno otorgante. El caso es que enseguida se vio que se apostaba por multiplicar los emisores, que faltaba una apuesta por la producción audiovisual y que esa carencia se traducía en una puja encarecedora en la compra de las películas y series extranjeras, las cuales acababan siendo, siempre las mismas, ofrecidas en todos los canales disponibles. Es decir, que se multiplicaba la rentabilidad alcanzada por los productores foráneos, sin que se generaran recursos para ensayar los de procedencia española.

Cuando entonces, el argumento era el de la competencia, en virtud de la cual entraríamos como por ensalmo en el círculo virtuoso hacia lo excelente. Cuantos más canales de televisión, más libres seríamos los españoles. Pero la experiencia constatable fue algo distinta. Los agentes en competición crearon una espiral hacia la basura a la que se sumó también TVE en busca siempre de la audiencia disputada y de la publicidad consiguiente a facturar. La ventaja de partida y la falta de escrúpulos permitieron que la televisión pública se sostuviera mediante un sistema de doble financiación, con cargo a los Presupuestos Generales del Estado y a la publicidad. Sistema contra el que bramaban los competidores privados. Así se ha llegado al momento presente con la eliminación de los anuncios. Una supresión que enseguida los incansables de UTECA quieren que se extienda a las televisiones públicas autonómicas conforme al ejemplo inicial de TVE. Por ahora habrá que observar si los anuncios suprimidos migran en ese mismo importe a los canales privados o si semejante mecánica de sustitución queda desmentida.

Una de las secciones más apreciadas del semanario La Codorniz era la que se titulaba Donde no hay publicidad resplandece la verdad. Eso es precisamente lo que está por ver en esta nueva andadura de TVE. Sin anuncios en la pequeña pantalla tampoco tendrán los anunciantes el poder de inducción y de disuasión de que hasta ahora venían gozando, ni su facturación publicitaria, reducida a cero, podrá brindarles blindaje alguno en la Corporación de RTVE. ¿Marchará la televisión pública por el camino de la ilustración? ¿Hará resplandecer las verdades que alguna publicidad pretende ocultar? ¿Liberada de la búsqueda de la audiencia, llegará a encontrarse con ella más que nunca? Recordemos a Elías Canetti para quien "lo que se desarrolla en línea recta y es predecible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido y, sobre todo, el lateral". Porque los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los del caballo en el ajedrez.

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