Hosein Alí Montazerí, conciencia crítica del régimen iraní
Hosein Alí Montazerí, ayatolá del islam chií duodecimano que fue considerado sucesor del imán Ruhollah Jomeini, murió el 20 de diciembre en la ciudad santa de Qom, a 160 kilómetros al sur de Teherán. Había nacido en la población rural de Nayafabad, en el centro del país, en 1922. Ya en 1981, Montazerí mostraba síntomas de padecer la enfermedad de Parkinson, cocausante de su muerte. De extracción social campesina, desde muy joven inició sus estudios para convertirse en clérigo. Era emamé safid, turbante blanco, es decir, no perteneciente al linaje del Profeta y de Alí, yerno de Mahoma y primer imán de los chiíes. Sus descendientes lucen el turbante negro y suelen contar con mayor peso que los safid ante la grey musulmana. No obstante, Montazerí formó parte del núcleo íntimo de discípulos del ayatolá Ruhollah Jomeini (1900- 1989) y con él estudió jurisprudencia e historia en Qom. Le acompañó en su lucha desde la clandestinidad para derrocar al sha Reza Pahlevi en 1979 y durante su encarcelamiento previo, que duró ocho años, fue un referente de los partidos políticos opositores, islámicos y no islámicos, que alentó la revolución a partir de los años sesenta del siglo XX. En prisión contrajo una conciencia social que le distinguió de otros líderes islámicos.
Por ello, Montazerí ha sido una figura decisiva en la legitimación y el desarrollo de República Islámica de Irán. Dirigió la plegaria de los viernes en la Universidad de Teherán, principal plataforma doctrinal del naciente régimen. Su importancia derivaba del gran ascendiente moral adquirido por él entre la propia clase política de la revolución, primero, y del régimen después, cuyas principales personalidades le respetaban -o le temían, según los casos- por su sinceridad y honestidad, que consideraban insobornables. Pero, por encima de todo, su fuerza procedía de su estima por parte del principal componente de la base social del régimen, los denominados mostazzafin o desheredados, la capa del subproletariado emigrada del campo a las ciudades, cuyas creencias religiosas, diestramente encauzadas por el clero chií y transformadas en energía política, componen la principal fuente de legitimidad interna de un sistema que identifica religión y política. La alianza ideológico-política entre los desheredados y el denominado bazar, una especie de burguesía nacional amalgamada por el comercio, integró desde su origen la base del régimen islámico de Irán, con importantes parcelas de poder político entre la Guardia Revolucionaria, pasdaran, y en los circuitos impor-exportadores, más los ministerios económicos, así como en la administración petrolera.
Así pues, y paradójicamente, la importancia de Montazerí no derivaba de su peso político o religioso, que fue declinantemente escaso a partir de su sustitución en 1989 por el entonces presidente de la República, Sayed Alí Jamenei, como Guía de la Revolución. Su entidad era más bien resultado de su actitud y ascendiente moral.
Críticas políticas
Ya incluso desde la fase final de la vida de Jomeini, cuando aún figuraba como su sucesor tras serlo designado en 1983, Montazerí criticó abiertamente el principio del Velayat-e-faqi, el gobierno del jurisconsulto, que él consideraba una invención política jomeinista; también criticó decisiones políticas y métodos de funcionamiento de la Administración iraní que él creía que conducían a la degradación de la revolución; se avenía así a satisfacer las críticas del propio Jomeini contra "la creciente tendencia del clero musulmán hacia valores mundanos y superficiales", en palabras del Guía de la Revolución; sus críticas y preocupaciones se orientaban sobre todo hacia la situación social y económica de los desheredados.
Montazerí sería pues paulatinamente apartado de la primera línea del régimen y sepultado poco a poco en el ostracismo y en el exilio interior. Mientras permanecía en residencia vigilada, varios parientes suyos, entre ellos un yerno, fueron eliminados. Sus denuncias frente a la inhumanidad de los castigos contra los presos políticos, que bien conocía por su estadía en prisión, y contra el fraude electoral, colmaron el vaso de la paciencia de sus adversarios, entre los que figuraban, por cierto, muchos de los actuales dirigentes de la oposición al presidente Ahmadineyad, que ahora reivindican frente a éste la honestidad de Montazerí. Con él, el régimen islámico pierde su conciencia moral y social.
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