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Reportaje:

Melancolía portuguesa en español

María Berasarte, antigua alumna de la Escuela Superior de Canto de la capital, se convierte en la primera artista que interpreta fados en castellano

María Berasarte apenas maneja el mando a distancia, pero podríamos decir que la vida se la cambió la televisión. Tenía 18 años, acababa de aterrizar en Madrid y andaba trasteando por su apartamento compartido cuando una voz en la pequeña pantalla le hizo frenarse en seco. Emitían un documental sobre Portugal y sonaba de fondo la voz de Amália Rodrigues en Estranha forma de vida. La joven María no había escuchado jamás un fado, pero desde aquel preciso instante comprendió que aquella música de añoranza infinita formaría parte de su vida para siempre.

No, María no es triste, apocada ni melancólica, sino que sonríe sin descanso, piensa que lo mejor está por llegar y es una Sagitario que acaba de superar la crisis de los 30 sin inmutarse. "Yo tengo tendencia a la felicidad", admite, "pero también recomiendo emocionarse, llorar mucho. Y cantar fados es una manera de aliviar tensiones. Ahora tendemos a ser reservados, pero yo abogo por compartir la tristeza con naturalidad".

Su nuevo álbum causa asombro en las dos vertientes ibéricas
Decidió pulverizar sus ahorros y financiarse el disco ella misma

La niña María, donostiarra de madre pontevedresa, creció junto a la Concha rodeada de vinilos. Imposible no reparar en el agridulce melisma de su voz, así que sus padres la presentaron a los 13 años a un concurso de canto en la ciudad. Se atrevió con Non ho letà, aquella crónica de amor adolescente (que no cándido) con la que Cigliola Cinquetti conquistó San Remo. Y quedó finalista. Su aventura como vocalista no había hecho más que comenzar.

La matricularon en la Escuela Superior de Canto de Madrid cuando aún no había alcanzado la mayoría de edad, pero ahora recuerda aquel trasiego con sentimientos enfrentados. Por una parte, el hechizo de una gran ciudad "en la que aprendes cosas a diario". Por otra, la incómoda sensación de que aquellas partituras con firmantes ilustres -Mozart, Bach, Schumann, Schubert- no acababan de conmoverle ningún rincón del alma. "Descubrir tan de repente a Amália fue como dar en el clavo. En casa escucho de todo y en la ducha canturreo a Dinah Washington o Amy Winehouse, pero nada como la intensidad del fado. Incluso para relatar la picaresca del amor", reflexiona.

Vive con una maleta siempre a medio hacer ("paso en Portugal unos 150 días al año"), con el arrojo casi impulsivo de quien siente la cabeza en permanente ebullición. Por eso se muda a cada rato, desde la zona del Bernabéu al Puente de Segovia, las inmediaciones de Atocha o, desde hace un par de temporadas, el municipio serrano de Zarzalejo. Y por eso no le suelen acobardar las fatalidades: como a nadie en su sano juicio se le habría ocurrido financiar un disco de fados en castellano, decidió pulverizar todos sus ahorros y sufragárselo ella misma.

Aquella idea temeraria tiene hoy forma de álbum, se titula Todas las horas son viejas y está causando asombro en las dos vertientes ibéricas. Puestos a romper la hucha, Berasarte contrató a uno de los mejores guitarristas portugueses (el ex integrante de Madredeus José Peixoto) y a un letrista con pedigrí, Thiago Torres da Silva. Luego le remitió una copia de la grabación a Carlos do Carmo, oráculo fadista por antonomasia en Portugal. "No dio señales de vida en mes y medio. Di por hecho que le habría horrorizado. Pero cuando llamó fue para decir que le emocionaba escuchar a la gente que asumía riesgos".

¿Fado de pleno derecho en un idioma distinto al portugués? María jura y perjura que en estos últimos meses no le han pitado los oídos. "Lo mío es un homenaje al fado desde mi lengua materna, la de mi expresión natural", matiza. "Claro que los más ortodoxos se violentan con un disco así, pero muchos grandes fadistas me apoyan. Conservo mirada de niño y un descaro acaso juvenil, pero no vivo en Lisboa ni tengo que estar pensando todos los días en el qué dirán".

En verdad reside en la sierra madrileña, como queda dicho. Acompañada por su perrita y su pareja, el productor lusitano Mario Barreiros. "Los dos constituyen el kit completo", resume con guasa pícara.

¿Lo mejor de esta historia? Que sus amigas de toda la vida, aquellas que tampoco habían escuchado un fado ni por causalidad, también le estén cogiendo el gustillo a Amália Rodrigues. Milagros transibéricos de esta vasca afincada en Madrid que canta fados como sólo su instinto aventurero le dio a entender.

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