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Columna
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Ánimo, mucho ánimo

La verdad es que hay meses en los que no se está para nada. Cuando se tienen más años por detrás que por delante, familiares y amigos empiezan a envejecer de una manera tan repentina que se diría impropia, y algunos tienen la desfachatez incluso de morirse en plena vida, como Ximo el del Betibó o Fisa Aranguren, cariño, entre muchos otros de los que ahora no quiero acordarme. La cosa se complica cuando se tiene una hija de once años y la miras y remiras y desearías con toda el alma que no creciera más, que se quedara en esa edad y adquiriera su madurez y los hábitos de su propia vida sin necesidad de pasar por el peaje de ir envejeciendo sin tener noción siquiera de lo que eso significa. Los años no se pasan los trastos uno a otro, sencillamente se repiten sin remedio, por lo común entre desgracias y accidentes, y a veces sucede que alguna ocurrencia suspende el instante y te provoca una risa de segundos así como broma: ¿Qué sería un accidente? Que se desplomara algún edificio de Calatrava. ¿Y que sería un desastre? Que lo reconstruyeran.

Así las cosas, entre lo más notable del año que hoy se larga para ser clonificado en el próximo es una reciente viñeta de El Roto aparecida en este periódico donde un toro ensangrentado rumia que nadie está obligado a asistir a una corrida de toros salvo los toros. Fuera de eso no se han visto cosas de interés. La última novela de Muñoz Molina, quizás, con seguridad la Anatomía de un instante, de Javier Cercas, con un final de un talento estremecedor, los hallazgos verbales de algunos artistas plásticos que resultan por lo común más atractivos que sus obras, el cabreo de los cineastas por la posible eliminación de las cuotas televisivas para hacer quién sabe qué películas, el bochornoso talante siempre arrobado de Zapatero, la desvergüenza incorrupta de Rita Barbera, el angelical y muy remoto "ya llegará mi hora" de Jorge Alarte, que a este paso se va a quedar para vestir santos, o, en fin, para no prolongar todavía más el tedio del lector, ese precioso manual de buenas prácticas del PP que al parecer comienza por negar la posibilidad de cualquier carácter retroactivo, con lo que Carlos Fabra seguirá haciendo de Carlos Fabra, o el vertiginoso descenso del prestigio estadístico de los políticos en general, lo que sin duda constituye la novedad más inquietante de un año no exento de sesudas inquietudes.

No se me olvidaba, no crean, la jeta de ese tal Díaz Ferrán, presidente de la patronal, que desde su nombramiento ha logrado hundir sin vergüenza reconocida todas sus empresas, lo que no es indicio escaso de lo que nos espera. En estas condiciones, me parece un tanto hipócrita desearles un feliz y muy próspero Año Nuevo, pero deseos más estrafalarios se han visto.

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