"No defiendo a los indígenas por hacer el bien; lo disfruto"
A las 14.29, un minuto antes de la cita, Jim -así se presenta- llama al móvil para disculparse: se ha perdido, llega tarde. Tres minutos después, a las 14.32, entra por la puerta de Casa Salvador. No estamos ante una persona informal, eso ha quedado claro.
El lugar lo ha escogido él siguiendo la recomendación "del amigo de un amigo". Está bien aconsejado: en otra mesa de este local con devoción taurina come el presidente de una importante empresa española. Jim, que conoce bien España, desmenuza la carta, se interesa por las especialidades y opta por dos antojos -espárragos blancos y callos- y dos sugerencias -panaché y merluza-. "Me gusta comer lo típico de cada lugar", dice. Sí señor, un tipo formal y de buen comer.
Es apache y relator de Naciones Unidas sobre los derechos de los aborígenes
Anaya es el relator de Naciones Unidas de los derechos de los indígenas. ¿Y eso qué es?, se preguntarán algunos. "Es quien vigila la situación de los indígenas en el mundo y promueve la aplicación de sus derechos", dice Jim, que habla bien español aunque a veces se atasca. Recibe varias invitaciones para pasarse al inglés. Ignora olímpicamente cada una de ellas. Lo suyo le costó aprender el idioma.
Jim, de 51 años, vive en Tucson (Arizona), está casado y tiene dos hijos. Desciende de indígenas apache y purepecha. Sus abuelos trabajaban en la mina... Su padre era pastor protestante... Y hasta aquí podemos leer. A la tercera pregunta personal, se cierra en banda. Es indígena, sí, pero no está aquí como víctima, sino como mediador. Así que pone una barrera, aunque sí cuenta qué le llevó a ser relator:
"Cuando estudiaba derecho, hice prácticas en un gran bufete. Era interesante, pero no sentía pasión. Tras pasar por Harvard, recibí una beca para abogados que eligen salidas peor remuneradas y entré en una ONG. En mi primer caso defendí a un indígena que, por motivos religiosos, había matado un águila, un símbolo nacional en EE UU. Usé la libertad religiosa como base de la defensa, y ganamos. Eran los años ochenta. La ONU empezó a tratar los derechos indígenas, un campo nuevo que me interesó, y me metí en la cuestión internacional", dice, mientras se entrega a cada plato, en especial a los callos. "No es que quiera hacer un bien para el mundo", recalca. "Es que disfruto".
Jim fue uno de los redactores de la Declaración de los derechos de los pueblos indígenas, de 2007. España es uno de los cuatro países europeos que la ha ratificado, con Holanda, Noruega y Dinamarca. El motivo de su visita a Madrid: animar al Gobierno a tomar medidas prácticas y que el gesto no se quede en un gesto. "Es importante:muchos países ven a España como un referente", insiste Jim. "La historia ha despreciado a los indígenas, y esta declaración supone un cambio de mentalidad", sigue. "El reto es unir sus derechos y los económicos, fomentar la demarcación territorial... Ahora toca el trabajo duro y hay que dar pasos rápidos. Si no, se van a quedar las cosas como están", dice Jim, que para evitarlo, pasa parte del año en un avión. Sus próximas escalas son Trinidad y Tobago, Ecuador y Tailandia. ¿Y qué problemas le preocupan más? "En todos los países hay problemas, pero parte de mi tarea es fomentar lo constructivo", apunta este hombre formal, de buen comer y extremadamente diplomático. ¿Y tras su mandato? "Me gusta mi vida en Tucson". Y no hace falta que diga más. Antes de salir, el relator echa un último vistazo al comedor: "Volveré".
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