El fin es el principio
Dice Guardiola que hoy acaba algo que se inició hace 18 meses, que esta final del Mundial de Clubes (y me pregunto por qué perder un hermoso nombre como el de la Copa Intercontinental) cierra un círculo que se empezó a dibujar, más entre las sombras que entre las luces de brillante neón, cuando recibía por parte de la directiva el encargo de dirigir el primer equipo del Barcelona, allá por el verano de 2008. Y continuaba la frase diciendo: "Pero todo sigue dentro de nueve días, cuando el Villareal venga al estadio".
Como diría el poeta, todo pasa y todo queda, y este camino del Barcelona nos lleva a esta última estación de Abu Dabi con permiso para soñar con lo más grande, si ya grande es todo lo logrado en estos meses. No hace más de seis meses que el Barça se ganaba el derecho a estar en esta cita de los mejores clubes por continentes, venciendo al Manchester, en un partido difícil, muy difícil, disputado en Roma.
El Barça se juega escribir la última página de una historia fascinante y abrir otra que reciba nuevas y bellas leyendas
Roma, fútbol, historia, calor y mucha cerveza para combatirla. Si vamos paso por paso mirando las diferencias entre aquel partido y éste, empezaremos porque no es el fútbol algo que se viva en estos días con pasión desbocada en las calles de Abu Dabi, aunque hay que admitir que los campos se llenan de seguidores deseosos de ver fútbol de quilates. Historia, la que actualmente construye un país lleno de grúas que la van ahormando al mismo tiempo que se monta el alcantarillado y que los edificios crecen en un desorden que supongo responderá a algún plan establecido. Cerveza poca, muy poca, vamos, nada de nada, en estas fechas de celebración del año nuevo musulmán. Ahora, calor, lo que se dice calor, un montón, tanto como en Roma... o más.
Resumiendo, la cuestión es que salvo por la cuestión de la temperatura, nada indica que aquí se vaya a celebrar ninguna ceremonia histórica. Se diría que esta final del Mundial de Clubes es uno más de esos edificios espectaculares que parecen fuera de sitio, se diría que componen entre todos un escenario artificial y artificioso. Y en medio de tanta artificialidad se juega el Barça el poder cerrar su círculo virtuoso futbolístico, aquel que nadie ha logrado todavía en la historia del centenario juego del fútbol.
¿Puede uno meterse en un partido que se juega lejos de la pasión que se vivía en las calles romanas, lejos de los escenarios clásicos, donde nada de lo que le rodea le ayuda a sentir que la cita es histórica? La respuesta es que puede... y debe. Si echo mi vista hacia atrás, a aquella final que disputamos en Tokio [en 1992], siento que perdiendo aquel partido contra aquel fantástico equipo que era el São Paulo perdimos la oportunidad de cerrar nuestro correspondiente círculo vital. Algo se nos quedó pendiente, algo se quedó colgando en el césped del Olímpico de Tokio, allí también lejos de todo, en un entorno que no nos mostraba la importancia de lo que en aquellos momentos celebrábamos.
Dice la leyenda vasca que Amaya (el final) se une a Asier (el principio) para dar continuidad a la tribu de los vascos ya convertidos a la fe cristiana. Lejos de aquellos verdes valles y en medio de las arenas del desierto, se juega el Barça entrar, él también, en el mundo de las leyendas, escribiendo la última página de una historia fascinante, última página que abre a su vez, un documento en blanco presto a recibir nuevas bellas leyendas. Amaya da Asiera, el fin es el principio.
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