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La identidad nacional divide al partido de Sarkozy

Parte de la derecha francesa tacha el debate de contraproducente

Antonio Jiménez Barca

El debate sobre la identidad nacional lanzado por el Gobierno francés corre el riesgo de envenenarse cada día más y convertirse en un bumerán capaz de volverse contra el propio Nicolas Sarkozy. De hecho, miembros de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), el partido de centro-derecha del jefe del Estado, en público o en privado, piden que acabe cuanto antes. Otros son partidarios de que se reconvierta. Temen que la controversia acabe salpicando sus filas en las elecciones regionales de marzo, y creen que la polémica que se ha echado a rodar sólo sirve para dividir a la sociedad francesa.

Hace seis semanas, el ministro de Inmigración, Eric Besson, puso en marcha una iniciativa, encaminada a destilar lo intrínsecamente francés. La pregunta, en principio, parecía inofensiva: "¿En qué consiste ser francés?". En la práctica, seis semanas después, el debate se ha reducido a discutir, cada vez más acaloradamente, sobre el papel de los musulmanes en Francia.

El lunes, la ministra de Familia, Nadine Morano, contribuyó a atizar la llama y la discordia. Participaba en Charmes en uno de los numerosos coloquios organizados sobre el asunto cuando un joven cercano al Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen le preguntó si consideraba que el islam y la República eran compatibles. La ministra entró al trapo: "Lo que quiero es que los jóvenes musulmanes se sientan franceses porque son franceses. Quiero que amen Francia cuando vivan en este país, que encuentren trabajo y que no hablen en jerga". Y añadió: "Y que no lleven la gorra al revés".

La izquierda describió su comentario de "paternalista e ignorante" y añadió que "estigmatizaba a una parte de la juventud".

Morano aclaró después que su intención es que los jóvenes de los barrios huyan de su propia caricatura a fin de que se integren. Ayer se reafirmó: "Si esos socialistas amigos del caviar que no han puesto nunca un pie en esos barrios les aconsejan a esos jóvenes que lleven la gorra de lado, hablen en jerga y se eternicen en su caricatura, yo no".

Pero la bronca y sus consecuencias eran imparables. El periódico Libération citaba ayer a dos ministros que, desde el anonimato, critican la manera en que el debate está siendo organizado. No son los únicos dirigentes políticos de las filas de Sarkozy en hacerlo: el ex ministro de Jacques Chirac y diputado de la UMP François Baroin, asegura que esta discusión "desata los bajos instintos" y que "hay que dejarla en suspenso por lo menos durante los periodos electorales".

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Dos antiguos primeros ministros conservadores también han manifestado sus reservas: Jean-Pierre Raffarin asegura que al debate le falta "rigor intelectual". Dominique de Villepin (enemigo declarado de Sarkozy), va más lejos y pide su anulación por considerar que no conduce a ninguna parte y constituye un sinsentido en tiempos de crisis económica.

Por medio de un comunicado, Arielle Schwab, presidente de la Unión de Estudiantes Judíos en Francia, también solicitó ayer que el Gobierno termine con la polémica. "A fuerza de servir de vehículo para opiniones racistas, el debate está dividiendo a la sociedad francesa y dificulta el hecho de vivir juntos".

Yazid Sabeg, comisario de la Diversidad, encargado por el Gobierno de arbitrar medidas encaminadas a integrar a la población inmigrante, aunque cree que el debate es necesario, manifestó el domingo en el Journal du Dimanche que, actualmente, "se escapa a todo control". Y añadió: "Da a los musulmanes la sensación, una vez más, de que están discriminados. Lo que yo temía ya está a punto de pasar. Cuando se organiza un debate público, hay que aclarar qué se busca y dónde se quiere ir".

La exasperación sobre la identidad nacional coincidió ayer con el término de una comisión parlamentaria dedicada a estudiar el uso por parte de las mujeres musulmanas en Francia del burka y del niqab, vestimenta que sólo deja descubiertos los ojos. Los diputados de la mayoritaria UMP son partidarios de una ley que prohíba esta manera de vestir en el espacio público.

El ministro francés de Inmigración, Eric Besson, llega a la Asamblea Nacional, ayer en París.
El ministro francés de Inmigración, Eric Besson, llega a la Asamblea Nacional, ayer en París.AFP

Racismo, fútbol y minaretes

La página web del Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional (http://www.debatidentitenationale.fr) que polariza parte del debate sobre lo intrínsecamente francés ha publicado ya más de 40.000 aportaciones o comentarios. Eso sí, los operarios que reciben los mensajes han censurado (por albergar insultos, opiniones impropias o racistas) un 15%. Esto indica, a juicio de algunos detractores de la iniciativa, el nivel de crispación que arrastra un debate tan explosivo.

El ministro de Inmigración Eric Besson, negó ayer haber organizado mal la medida y recordó dos elementos sobrevenidos que, a su juicio, han alterado su marcha: la clasificación de Argelia para el Mundial de fútbol de Suráfrica y el voto suizo sobre la prohibición de construir más minaretes. A juicio del ministro "la onda de choque de esta votación afectó a toda Europa".

De cualquier forma, Besson, a pesar de las críticas a la manera de organizar el debate, tanto en Internet como en los coloquios en las prefecturas (delegaciones del Gobierno), y a la delicada esencia misma de la controversia, no piensa ni acabar con la iniciativa ni modificar su forma de llevarla a cabo. Para este ministro, la mejor manera de calmar las tensiones y los temores sobre el islam es "aportar soluciones republicanas". "Hacer como que no se escucha no sirve", añadió.

Abonado permanentemente a la polémica, otra decisión de Besson, antiguo dirigente socialista y actual brazo ejecutor de Sarkozy, acarreó ayer otra montaña de críticas: nueve inmigrantes irregulares afganos fueron expulsados directamente a Kabul en avión.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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