Giorgio Carbone, el 'príncipe' Giorgio I de Seborga
Proclamó la independencia de un pequeño municipio italiano
Con la muerte de Giorgio Carbone, a los 73 años, el pasado 24 de noviembre, termina una fábula que comenzó en 1993, cuando fue proclamado por sus vecinos príncipe Giorgio I de Seborga, un pequeño municipio del interior de Liguria. De profesión horticultor, este peculiar príncipe italiano de origen plebeyo se obstinó en defender la independencia de su pueblo natal, un territorio de cinco kilómetros cuadrados, con 316 vecinos.
Su pasión por la historia le llevó a descubrir que Seborga, antiguo Condado de Ventimiglia, fue cedido en el año 949 a los monjes benedictinos, convirtiéndose así en principado del Sacro Imperio Romano y primer Estado soberano cisterciense del mundo. En 1729, entró a formar parte de los dominios de la Casa de Saboya. Sin embargo, esa cesión, suscrita en París, nunca fue registrada, y en eso se apoyó Giorgio Carbone para sostener que el principado nunca perteneció al reino de Italia, ni a la actual República Italiana. Con su convicción logró convencer a sus vecinos, quienes, en 1995, tras un referéndum, ratificaron la independencia de Seborga por abrumadora mayoría.
Moneda y bandera
Transfigurado en su papel de príncipe Giorgio I, hizo acuñar la antigua moneda del principado, el luigino, que aún circula en el municipio, pero sin valor legal. Su afán por dotar de mayor consistencia a este territorio le llevó a delimitar sus fronteras, desde entonces custodiadas por una guardia especial, algo así como un cuerpo de protección civil uniformado; y a recuperar el viejo escudo y la bandera azul con la cruz blanca.
Estas iniciativas le reportaron gran popularidad entre los vecinos, a los que solía referirse como "mis queridos súbditos" y a los que dotó de pasaporte -inválido fuera del pueblo-, sellos con su rostro y el distintivo SB en sus matrículas. En sus tareas de gobierno, el príncipe disponía de un consejo de 15 ministros, sin ningún poder real. Además, nombró y envió embajadores a Francia, España, Reino Unido y Japón, aunque ningún país reconoció este peculiar principado.
Los poderes oficiales nunca se alarmaron por las excentricidades de Carbone, a quien consideraron más un reclamo para atraer la atención de los medios de comunicación y a algún que otro turista, que un verdadero peligro secesionista. Incluso el alcalde de Seborga, Franco Fogliarini, el auténtico elegido por los ciudadanos en los comicios municipales, le dejaba hacer. Sólo ahora, ante la remota posibilidad de que los ciudadanos quieran buscar un sucesor, ha dejado claro que "la fábula del principado libre de Seborga nació y murió con el mismo Carbone".
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