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AL CIERRE
Columna
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Decepcionante panorama

Hace unas semanas unos amigos me enviaron la foto de su hija; ahí estaba la pequeña Julia, de cuatro años, husmeando en una cazuela llena de dulce de boniato. Se ve tan vivaracha y rozagante, que poco se parece a ese bebé que nació de 27 semanas de gestación, con tan sólo 870 gramos de peso. Era una diminuta guerrera que luchó tres meses en la incubadora aferrándose a la vida.

Antes de que Julia naciera, sus padres habían iniciado en 2004 el proceso para adoptar una niña en China, por convicción solidaria y porque llevaban tiempo intentando embarazarse. Cuando finalmente ocurrió, Cristina, su madre, tuvo tantas complicaciones en el embarazo, que no abandonó la solicitud de adopción para que Julia tuviese una hermana. Entonces, la ley obligaba a esperar un año, a partir del nacimiento de la hija biológica, para iniciar nuevamente el trámite. Así, volvieron a reunir un sinfín de papeles que el ICAA (Instituto Catalán de la Acogida y de la Adopción) ya poseía, incluido el llamado "certificado de idoneidad", que, al igual que los turrones, también caduca y debía renovarse. Este certificado demoró más el proceso, entre otras razones, porque algún funcionario escribió la dirección equivocada y colocó el expediente en el departamento erróneo. Para ese momento, principios de 2007, China endureció las medidas y alargaba el tiempo de adopción. Ahora, la expectativa de recibir a su hija es para el año 2016; por lo que, muy probablemente sean Cristina y Manel quienes escriban su propio certificado de NO idoneidad, pues ya tendrán 50 años.

Ante ese panorama, cuando la ley lo permitió, solicitaron adoptar paralelamente en otro país, comenzando otra vez desde cero, sumando cinco años de espera en total. Desesperante.

Tal vez, la próxima vez que me envíen una foto, aparezca Julia con su hermana, aquella niña que por nacer en China, su Gobierno no le permitió quedarse junto a su madre, y entonces, habrá triunfado el genuino deseo de unir hijos sin padres y padres sin hijos, por encima de las cambiantes políticas de natalidad en aquella nación, y un puñado de arrastralápices que, en Cataluña, no aprenden a rellenar papeles con eficacia.

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