El legado de Madoff
Los inversores se anticipan a los reguladores y exigen más controles
Bernie Madoff les dio a sus inversores donde les duele: el bolsillo. Como resultado, un año después de que le desenmascarasen, el sector está cambiando. Los inversores en fondos de cobertura se han encargado de exigir mejores controles y balances en todo el sector de los fondos. Muchos bancos, en cambio, están volviendo a los hábitos anteriores a la crisis. Lástima que los accionistas bancarios no puedan añadir su autoridad a la de los reguladores.
La pirámide fraudulenta de 65.000 millones de dólares se vino abajo al retroceder la marea financiera. Su simplicidad tal vez le ayudase a engañar a los reguladores que lo investigaron en el pasado, pero también sirvió para mandarlo con más facilidad a la cárcel al quedar al descubierto. A pesar de las pérdidas de billones de dólares provocadas por la crisis crediticia, los banqueros de Wall Street no se han visto aún atrapados por el mismo destino.
El de Madoff era una variedad atípica de fondo de cobertura, por la sencilla razón de que apenas cobraba comisiones. Aun así, en lugar de esperar a que los reguladores actúen, los inversores en fondos de cobertura insisten cada vez más en que los activos se mantengan en manos de agentes fiduciarios y administradores externos encargados también de comprobarlos, procedimientos que probablemente habrían impedido la estafa de Madoff.
Algunos gestores europeos, ansiosos por atraer, o recuperar, la confianza de los inversores, están sometiendo voluntariamente los fondos a las rigurosas normas impuestas en la zona a los fondos de inversión colectiva. Y los fondos de fondos, algunos de los cuales cayeron muy ingenuamente en el fraude de Madoff, han sufrido con razón el castigo de los inversores.
Los organismos de vigilancia a ambos lados del Atlántico están aumentando la reglamentación de los fondos de cobertura. Pero es lógico que la acción de los clientes adinerados de los que tan directamente dependen los fondos de cobertura tuviera consecuencias más inmediatas y significativas. Si los accionistas de los bancos se hubieran mostrado más decididos en el periodo anterior a la crisis -o incluso tardíamente al estallar ésta-, quizá hubieran perdido menos dinero. Tal y como están las cosas, los legisladores intentan imponer restricciones al sector, pero avanzan con lentitud, y muchos bancos han retomado los cuestionables métodos anteriores a la crisis.
Pensemos, por ejemplo, en las remuneraciones. A pesar de las meteduras de pata y de las pérdidas, los bancos siguen remunerando con generosidad a sus trabajadores. No es de extrañar la constante agitación política, después de que Barack Obama haya nombrado a un juez especial para que ponga límite a las remuneraciones en Estados Unidos, y con los impuestos inesperados en el Reino Unido y Francia. Pero dejando aparte a los propietarios-empleados, deberían ser los accionistas de los bancos los que más se quejen.
Para ser justos, los inversores en Bolsa son en general más difusos que sus homólogos que invierten en fondos de cobertura, además de estar más distanciados de las empresas de las que son propietarios por fondos de inversión colectiva y otros intermediarios. Por tanto, no les es fácil, y no les merece necesariamente la pena, movilizar fuerzas significativas. Pero tienen que encontrar formas de hacerlo. Después de todo, la reciente crisis prueba que no pueden confiar en que los reguladores los mantengan a salvo.
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