La pasta de Cristiano
Compañeros y directivos del Madrid destacan el carácter apasionado del portugués
La primera sobremesa de Cristiano Ronaldo con los ejecutivos del Madrid, este verano, reservó una sorpresa. Coincidió con la aparición de un camarero que colocó sobre el mantel una bandeja de pastas de té. Todos extendieron las manos para cogerlas menos el portugués. "¿No pruebas una?", le preguntó alguien. Cristiano frunció el ceño y respondió con la gravedad natural que concede a estas cosas: "Prefiero no comer dulces porque estoy cuidando el peso. Esta tarde tengo que hacer abdominales".
Pocos jugadores como Cristiano confunden tanto su papel en la industria con su forma de vida. Quienes le conocen aseguran que su expresividad en el campo no es fingida. Es el resultado de una pasión tan extraña como desbordante. "Cristiano jugaría igual sin cámaras", dicen; "tiene una ambición patológica".
"Tengo que hacer abdominales", dijo para rechazar unos dulces
Con el partido arrebatado que hizo el sábado contra el Almería, el luso dio a conocer a la hinchada del Bernabéu su reverso desequilibrado. Su perfeccionismo le hizo maldecir un penalti fallado hasta el extremo de ignorar el gol de rechace de Benzema y la consecuente celebración de sus compañeros. Surgieron voces que le acusaron de ególatra. Luego se hizo expulsar respondiendo a una agresión con una patada. Entonces le señalaron diciendo que fue un egoísta por dejar a su equipo con diez. Por el camino, dio una asistencia, provocó un penalti e hizo un gol. Es decir, fue imprescindible.
En el fútbol, el desarrollo del profesionalismo ha ido acompañado por la suavización de las pasiones. Entre los profesionales, el juego despierta el mismo interés que el negocio. Entre los espectadores, el espectáculo es observado como un suceso artificial en el que nadie se implica de verdad. Desde esta perspectiva, Cristiano es observado como un oportunista que aprovecha su imagen para inflar su valor de mercado.
Basta con repasar los números contra el Almería para verificar que la impresión es falsa. Si sólo fuese un individualista superficial, su participación no tendría efectos beneficiosos para el equipo. Sin embargo, nadie tiene un impacto más decisivo en el funcionamiento colectivo del Madrid.
En los 88 minutos que jugó antes de ser expulsado fue el madridista que más veces remató a puerta, el que intervino en más jugadas -junto con Xabi Alonso, el organizador- y el que ensayó más acciones, sumando pases, centros, regates y alguna recuperación. Manuel Pellegrini, su entrenador, sabe que es el único jugador que por sí solo es capaz de condicionar la táctica. También sabe que su naturaleza desequilibrante ayuda al resto del equipo a mejorar la organización. Frente al Barça, como contra el Almería, la referencia de Cristiano dio al juego del Madrid una coherencia que antes no tenía.
A sus 24 años y saliendo de una lesión muy dolorosa, las actuaciones de Cristiano resultan asombrosas. Si es un solista obsesivo, otros extremos, como Figo o Amancio, también lo eran. Si es un ególatra, Pelé y Maradona le superan. Si es un desaforado, Juan Gómez, Juanito, fue su precedente. Los hinchas ya lo perciben así. La pasión de Cristiano, como la de Juanito, es tan rara como genuina.
Sus compañeros están de acuerdo en una cosa: se siente el mejor futbolista del planeta. Está convencido de poder ganar partidos él solo y se esfuerza por estar a la altura de su convicción en cada entrenamiento. En el Manchester United se hizo famoso por llegar a las prácticas una hora antes para ensayar el golpeo y los regates a hurtadillas, cuando nadie le veía.
Cristiano se siente grande y quiere demostrarlo, y demostrárselo, hasta cuando toma el café.
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