Preferencias
Dice José María Ridao en Los fueros de la ficción que un buen número de las novelas publicadas en los últimos años descansan en la fidelidad con que recrean acontecimientos históricos. A su modo de ver, este hecho consagra una "férrea visión normativa" del arte de novelar. Bueno. No acabo de entender qué de malo tiene esta "asfixiante ortodoxia".
Seguramente la clave de ello, es decir, lo que va del brillo del ingenio al juego más o menos espectacular de la fidelidad a unos hechos históricos determinados, reside en los mismos conceptos que baraja Ridao: la verosimilitud y la veracidad. ¿Por qué no han de ser igualmente válidos una y otra? Creo que lo son si el resultado es un relato cautivador. Me pregunto si Ridao confunde la necesidad de escribir una buena novela con la conveniencia pecuniaria de publicar un best-seller (lo que le parece fatal) y si a lo que él se refiere como "ortodoxia" es en realidad un esperanzador método que, convenientemente aplicado, permite vender centenares de miles de ejemplares. Ambos conceptos son válidos: allá cada lector con el sistema que prefiera para satisfacer sus necesidades de emoción. Mario Vargas Llosa suministra, como es su costumbre, una respuesta en La fiesta del Chivo, impecable combinación de best-seller y novela histórica.
Por mi parte, me quedo con la verosimilitud. Sólo que me seduce añadirle una vuelta de tuerca: insertar un personaje real en su momento histórico sin repetir su biografía. Al contrario, la personalidad del protagonista queda desgajada de su verdadera historia como si se tratara de una voluta de humo que se desprende de ella para regresar a su momento histórico disfrazada de otra cosa.
De todos modos, millones de lectores leen al año miles de novelas distintas y en mi pequeña parcela, no me siento circunscrito ni obligado por ortodoxia rígida alguna y sí, solamente, por la exigencia del drama.
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