Davydenko entierra sus fantasmas
El tenista ruso, que no tiene patrocinadores, logra en la Copa de Maestros su primera victoria sobre Federer en 12 partidos
"Que esto sea una lección para todos. Nadie gana a Vitas Gerulaitis 17 veces seguidas". Antes de morirse intoxicado por el monóxido de carbono de una caldera estropeada, Gerulaitis, campeón del Abierto de Australia, ganó el partido y construyó la frase que habrían de convertirse en su legado: 17 encuentros después, venció por primera vez a Jimmy Connors en la Copa de Maestros de 1979. Nikolay Davydenko, un tenista de verdad bueno, por fin pudo ayer pronunciar esas palabras. No tiene el ruso la dorada melena de Gerulaitis. No es un bon-vivant que se codee con las estrellas de Hollywood como el estadounidense. Por no tener, no tiene patrocinador que le proporcione camisetas ni marca que quiera poner su nombre en sus raquetas. Pero los dos tienen desde ayer algo en común: Davydenko, el número siete, batió por 6-2, 4-6 y 7-5 a Roger Federer, el uno, en las semifinales de la Copa de Maestros. Para él, es una hazaña al nivel de la que protagonizó Gerulaitis, al que aún llora John McEnroe: Davydenko, finalista hoy contra Robin Soderling o Juan Martín del Potro, que jugaban anoche, había perdido sus 12 encuentros precedentes contra el suizo.
"Quizás esto sea mejor que ganar el torneo. He ganado a Federer", argumentó Davydenko, vencedor también esta semana de Rafael Nadal y Soderling; "ya he ganado a todos los top 10. Ahora sé que tengo posibilidades. Eso me da confianza para la próxima temporada".
Los precedentes, sin embargo, pesaron con la gravedad de una sentencia anunciada en el transcurso del partido. Davydenko se acostó el viernes a las tres de la mañana después de disputar el último encuentro del día. En su habitación, tras darse masajes durante hora y media, se durmió junto a su esposa, un detalle que se consideró en la obligación de aclarar a la prensa. "No me metí en la cama con dos o tres chicas. Soy ruso, pero no soy Marat Safin", dijo. Doce horas después, con las legañas aún bien puestas, se encontraba mandando en el partido y enfrentado a su gran fantasma: Federer le devolvió un smash con otro smash cortado desde el fondo de la pista, un golpe imposible que dejó al número uno a dos puntos de anotarse el partido: 2-6, 6-4, 5-4 y 30-0 sobre el servicio de Davyednko. "¡Otra vez, no!", se temió el ruso. "Pero no tenía presión", razonó con un anillo colgándole del cuello. "Si pierdo, mañana me voy de vacaciones a las Maldivas', me dije".
Davydenko paga aún un precio invisible por haber sido investigado por amañar un partido, acusación de la que fue exculpado con la extraña explicación de que no se habían encontrado pruebas en su contra. No tiene patrocinador de raquetas -"Prince le da todo el dinero a Sharapova y hay crisis"- ni de ropa. Está calvo, es un sosainas, casi no habla inglés y, cuando lo hace, sólo lanza venablos.
Que su estética no case con lo que buscan las marcas subraya que los ejecutivos prefieren una bella imagen a mil buenos pelotazos. Los sufrió ayer Federer, incapaz de gobernar el partido, fallón en demasía -30 errores no forzados-, debilísimo con el segundo saque -sólo ganó el 33% de los puntos- y superado por el alto ritmo del ruso, que se llevó en 29 minutos la primera manga.
Davydenko, un prodigio de coordinación, juega a toda mecha, atacando la bola prontísimo y compensando así su escasa fuerza. Hoy volverá a poner sus doloridos pies por delante de la línea de fondo en busca de su título más grande. Con la de cámaras que habrá grabándole, quizás algún ejecutivo avispado le haya puesto antes un nombre a su raqueta.
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