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Crónica:CARTA DEL CORRESPONSAL | Londres
Crónica
Texto informativo con interpretación

La depresión británica

Los británicos andan algo confusos en este final de año. Acostumbrados a ponerse como ejemplo a seguir por el resto del mundo, apenas pueden entender que Reino Unido esté a la cola del G-7. Mientras la zona euro ha entrado en territorio positivo de crecimiento al final del tercer trimestre gracias al sorprendente tirón de la economía alemana, la economía británica se ha visto castigada con al menos un trimestre más de espera antes de acabar con la recesión, después de que la Oficina Nacional de Estadística británica anunciara una contracción del 0,4% en el tercer trimestre que dejó anonadados a los analistas.

No es tampoco como para echarse las manos a la cabeza: las instituciones internacionales pronostican que Reino Unido crecerá en 2010 más que el resto de las grandes economías europeas y a la zona euro en su conjunto. Pero es chocante que con la libra esterlina por los suelos y el euro por las nubes, la economía británica se contrajera y la alemana se expandiera gracias a su fortaleza exportadora.

Los ciudadanos no entienden que su país esté a la cola del G-7
La recesión deja interrogantes sobre su modelo económico
El euro sigue fuera de la agenda política (y mediática)

El problema para Gran Bretaña no es sólo de orgullo. Aunque estemos a las puertas de su final, la recesión ha dejado una estela de interrogantes sobre las bases de su modelo económico. Sus dos grandes pilares en el último decenio, la City de Londres y el sector inmobiliario, han sido los grandes desencadenantes de la recesión. Y el hecho de que la hiperregulada Francia, con sus huelgas salvajes, su querencia por el sector público y su resistencia a flexibilizar los mercados laborales saliera de la crisis antes que nadie deja perplejos a los defensores del modelo anglosajón de mercado abierto y trabajo precario.

La sorprendente fragilidad de su economía quizá debería haber servido de aviso sobre el futuro de un país relativamente pequeño en la aldea global del siglo XXI. Podría, por ejemplo, haber suscitado un debate serio sobre la necesidad -o no- de replantearse su ingreso en el euro. Pero no ha sido así: el euro sigue completamente fuera de la agenda política (y mediática) británica. La extendida idea de que estar fuera del euro permitiría al Reino Unido acelerar su recuperación gracias a la caída de la libra ha resultado una mera ilusión, probablemente porque la caída de la demanda en el resto del planeta hacía menos impactante las ganancias de competitividad en forma de devaluación de hecho. Pero quizás también porque los países del euro se han aprovechado de la fortaleza de la divisa europea para importar materias primas y han sorteado mejor de lo esperado los problemas de la sobrevaloración de su divisa porque su mercado es, sobre todo, la propia zona euro. Estabilidad asegurada.

El debate sobre el euro volverá si algún día Barack Obama se decide a convocar la cumbre que más temen los euroescépticos británicos: la de un G-4 monetario que reúna a las cuatro únicas monedas que cuentan en el mundo: en orden alfabético, el dólar, el euro, el renminbi chino y el yen japonés. Si ese grupo se llega a formar algún día, entonces los cimientos de la economía y la política británica sufrirán un terremoto sin precedentes. Ese día, los británicos entrarán en depresión porque se darán cuenta de que el Imperio se fue para no volver.

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