El despertar de Bolívar
Ensayo. El hecho de que un novelista mexicano escriba sobre América Latina, y se reconozca vitalmente como alguien relacionado con la región, ya es cosa notable, en momentos en los que parece que la gran nación hispanohablante está más ensimismada que nunca en esa batalla consigo misma consistente en decidir qué quiere ser de mayor: si apéndice del Norte o cabeza del Sur. Jorge Volpi, en un libro brillante, sarcástico, y falsamente modesto, ajusta cuentas sin tomar partido, con un prólogo muy personal y cuatro estados de la cuestión, con todo lo que separa e intriga a México del resto del mundo que habla también la lengua de Rulfo y Paz, Carlos Monsiváis y Alma Guillermoprieto.
El insomnio de Bolívar
Cuatro consideraciones intempestivas
sobre América Latina en el siglo XXI
Jorge Volpi
Debate. Barcelona, 2009
259 páginas. 20,90 euros
América Latina no existe o cuando menos el autor no admite que exista como reserva ecológica para el exotismo literario; su presunta excepcionalidad, dice, pudo ser comprensible en un venerable tiempo pasado como carta de presentación de una generación llamada del boom, allá en los años sesenta y siguientes, pero sus descendientes, que no se reconocen como tales, se niegan rotundamente a que los tomen por albaceas testamentarios de aquellos Padres Fundadores, así como rechazan el boceto nacional, tropical, antropológico para declararse apátridas. No quieren ningún copyright colectivo para la historia y reivindican metafóricamente la esencial alteridad entre el barrio de Palermo en Buenos Aires y la inescrutable Tegucigalpa de ojos rasgados. Y no se trata de aquella benemérita conseja freudiana del hijo que mata al padre, sino del vástago que proclama con serena firmeza que carece de progenitor, o que, en todo caso, cada autor nos comunicará, si le place, cuál es su genealogía, aliada a la formación y el gusto personales, pero nunca a la antropología de salón.
Esa autoría anticomunitaria de la que Volpi se considera parte, argumenta que tenía que hacerse prescindiendo de toda memoria de sí misma, porque la historiografía había convertido el tiempo pasado en un campo minado, un mapa que sólo podía admitir una verdad, la oficial; la del criollo que se desconoce como español americano para reinventarse como mexicano o colombiano o peruano, milagrosa síntesis de todo lo precedente, aunque no muestre la piel atezada por ello; mientras que en lo cotidiano, allí donde hoy se mire en nuestro derredor, un Bolívar, inevitablemente insomne, no podría ver más que los colgajos retóricos de antiguos ideales.
Ese "otro Occidente", como lo bautizó el historiador italiano Marcello Carmagnani, que no ha acabado de entenderse ni como trasunto de Europa ni como fabricación de algún tipo de "hombre nuevo", le parece hoy al autor un continente de democracias mediocres, de muy baja intensidad, y de gobernantes trapaceros; aquel en el que los enemigos obligados, como el presidente colombiano, Álvaro Uribe, y su homólogo venezolano, Hugo Chávez, se miran como representaciones codificadas y antagónicas del conquistador y del conquistado, sin reconocer ni una ni otra condición; donde el indigenismo radical no hace falta que nos jure que su idioma para el onirismo -el de las creencias en contraposición a las ideas, como diferenciaba Ortega- no es el español, sino una vulgata aymara o quechua en cuyo nombre se quiere anegar, por muy legítimamente política que sea, en una babel de lenguas el continente mestizo; aquel en el que, por ejemplo, la nueva constitución del presidente Morales, a punto de ser reelegido presidente el próximo 6 de diciembre, define a Bolivia como Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario; y en el que, finalmente, allá en su ínsula antillana "un Robinsón obcecado y altanero" otea el mundo como si sólo él, inventor de un ismo que con su persona tiene que morir, pudiera hacernos el resumen de lo publicado.
Todo ello lo contempla el intelectual mexicano, seguro de la realidad urgente que es la Mexámerica en la que vive, el híbrido de El Paso y Tijuana; allí, donde Bolívar es tan respetado en la distancia académica como ignorado en el vecindario de conventillos y chabolas, donde a lo sumo hubo un mero conato de intromisión indígena y mestiza en la fiesta criolla de la independencia.
El México de Volpi ve el continente a la vez desde dentro y desde fuera. No pertenece pero está; rechaza la uniformidad que predica su mismo nombre, América Latina, pero tiene que hacerlo en la lengua de aquellos con los que la existencia de una verdadera comunidad parece dudosa. Una América que el novelista cree que justifica el insomnio del Libertador.
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