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PUES NO ESTOY MUY SEGURO | OPINIÓN
Columna
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El último encuentro

Juan Cruz

Hay una fotografía en la que Juan Luis de la Rúa, presidente del Tribunal Superior de Justicia en Valencia, mira de reojo al presidente Francisco Camps; están en un acto institucional, el caso Gürtel está en su apogeo y todo el mundo sabe entonces que este hombre que le mira de reojo es decisivo para que Camps duerma o no duerma tranquilo.

Y De la Rúa fue decisivo. Allí lo miró raro, pero luego lo sacó del atolladero. Le quitó un peso de encima, lo alivió de la suposición de un delito, dejó planchada su absolución, y Camps celebró eso como un triunfo de la justicia. No le puso música a su felicidad, pero pudo haber puesto aquella canción de los Beatles, With a little help from my friends (con un poco de ayuda de mis amigos).

Pero cuando le hicieron la fotografía todo eso estaba aún en veremos. El político y el juez, juntos pero no revueltos, uno al lado del otro, de reojo. Y me sorprendió de la foto la mirada con la que el juez escrutaba a su amigo, que estaba a dos metros de distancia.

Lo cierto es que en esa mirada se escondía, a mi parecer, el preludio de lo que luego ha pasado. En efecto, De la Rúa le quitó a Camps (provisionalmente, la justicia sigue por ahí hurgando en el caso Gürtel) un peso de encima, pero ni quedó claro entonces que Camps pagara sus trajes ni que el juez hubiera llegado al fondo del asunto tal como lo obligaba la esencia de su oficio. La mala intención, basada en la evidencia, o por lo menos en las palabras del presidente valenciano, estimó que sobre el juez había pesado de modo decisivo la amistad que se profesan (o se procesan, como decía Costa en su famosa exculpación escrita).

Ahora la justicia (la burocracia de la justicia) ha puesto a De la Rúa en la tesitura de confirmar esa amistad, y ha dicho algo que quizá le hubiera servido a Sándor Márai para un capítulo de su memorable novela El último encuentro, sobre las amistades difíciles. Le dijeron, en un examen que le han hecho para revalidarlo o no en el Tribunal, si en efecto era muy amigo de Camps, tan amigo que era difícil encontrar en el diccionario una definición que alcanzara, con rigor, a lo que ambos se profesan.

Y De la Rúa negó. No es tan amigo; de hecho, no es amigo. Es amigo institucional. Como un ciudadano que se sintiera amigo (institucional, por supuesto) del Rey, o como esas telespectadoras que hablan con el hombre del tiempo: un amigo de la tele. Nunca ha estado en la casa del presidente. Sólo le ha visto dos veces en el despacho. Los jueces suelen ser rápidos para lo que les conviene. Si cuando Camps dijo que eran amigos del alma, De la Rúa hubiera dicho esto, a lo mejor Camps y España se hubieran ahorrado muchísimo. Y no sólo en trajes.

Ilustración de Matt
Ilustración de Matt

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