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Cosa de dos
Columna
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Atenuantes

Cuentan que los ejércitos tienen una notable tolerancia a que los soldaditos se pongan ciegos de alcohol antes de entrar en batalla. Normal. Debe de ser muy fuerte matar a desconocidos o que ellos acaben contigo si la cabeza está fría. Quitar la vida en la guerra al abstracto enemigo no expone a la penalización, sino que obedece al sagrado cumplimiento del deber. Por la patria, por la religión, por la libertad, por la amenazada o insaciable economía de los que dirigen el tinglado. En cualquier época y en cualquier lugar. Pero queda muy racional lo de aplicar a esa perenne barbaridad los calificativos morales de justa o injusta. Darle matarile al prójimo está premiado. No necesita coartadas, no habrá juicios ni condenas. Sacarle las tripas al enemigo, violar a sus mujeres, machacar a la población civil, no precisa de atenuantes. Lo hicieron por derecho. Sería secundario que las neuronas de los matadores iban alborotadas por la ingestión de alcohol y de anfetas.

Se supone que en la vida cotidiana cargarse a alguien implica una reclusión larga. Pero el castigo por tu crimen será llevadero si dictaminan que tu estabilidad emocional se nubló por el efecto de las drogas, que éstas instalaron al diablo en tu desquiciada cabeza. Las grotescas leyes de los hombres, el humanismo de un jurado popular, ha decidido que el pavo que rompió un dedo y posteriormente estranguló a una cría llamada Nagore, no es un asesino sino un homicida. Con reducciones de pena estará un par de años en el trullo. Argumenta la decisión del jurado que el homicida estaba bolinga, que confesó por propia voluntad su crimen, que le soltó 120.000 euros de indemnización a la familia de Nagore. En fin, que un mal momento lo tiene cualquiera. Que no se enteren alcohólicos y yonquis del periodo de cárcel que tendrían que sufrir si en pleno cuelgue se les despierta el espíritu vengador contra las afrentas del mundo.

Imagino que ningún tribunal va a juzgar al sensato Camps por su certidumbre en el Parlamento de que los sociatas quieren balearlo al amanecer. Los loqueros jurarían que fue un desvarío. Y con el atenuante de que arrastraba un colocón.

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