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Columna
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Interrogantes en el Índico

Existe un amplio consenso social sobre cuál debe ser el objetivo prioritario a conseguir en el desenlace del secuestro del Alakrana. Para la sociedad española, especialmente para la gallega y la vasca, este objetivo no es otro que asegurar el retorno de nuestros marineros sanos y salvos. Evidentemente no se podría decir lo mismo en el ámbito político. Porque, en efecto, cuando importantes voces reclaman o insinúan una intervención militar en el Alakrana o reivindican una inflexible y discutible interpretación del Estado de Derecho en relación con los dos piratas detenidos en Madrid, es obvio que su prioridad absoluta no es la salvaguarda de la vida de los rehenes, sino una cuestionable razón de Estado, aunque, sin duda, deseen un final feliz para nuestros compatriotas.

La impecable actitud institucional de Feijóo y Basagoiti ha dejado en evidencia al equipo de Rajoy

Y son estas discrepancias políticas, así como la inteligente movilización de la opinión pública -y la subsiguiente presión sobre los poderes del Estado- que realizan los piratas a través de los propios secuestrados y de sus familias, cuya angustiosa situación es perfectamente comprensible, lo que debilita al Gobierno y fortalece la capacidad negociadora de los bucaneros que tienen en su poder al Alakrana. Llegados a este punto, debo reconocer, con la misma contundencia que en otros momentos le he criticado, el comportamiento responsable y democrático de Alberto Núñez Feijóo, apoyando al Gobierno, dejando para el momento oportuno la crítica y respaldando a los familiares de los secuestrados en todo aquello que le han permitido sus competencias.

Tanto él como el líder popular en el País Vasco han logrado, además, frenar la grosera ofensiva electoralista que el PP, al calor de la tragedia, había diseñado. El impecable comportamiento institucional de Núñez Feijóo y Basagoiti han dejado con el culo al aire al equipo de Rajoy, cuya irresponsabilidad, inmadurez y deplorable oportunismo lo invalida como alternativa de Gobierno.

Ahora bien, una vez resuelto el terrible episodio que estamos viviendo, se hará imprescindible un debate sobre la gestión del Gobierno en esta crisis; sobre el comportamiento de la Justicia, los medios de comunicación y la oposición. Pero no conviene llamarse a engaño: el secuestro del Alakrana ha puesto de manifiesto ante la opinión pública otros problemas y plantea no pocos interrogantes que necesitan respuestas claras. Sirvan algunos ejemplos para ilustrar lo que digo. Hace dos días, los piratas realizaron, afortunadamente sin éxito, un ataque a un petrolero con bandera de Hong Kong de 300.000 toneladas. El atentado se produjo a más de 1.000 millas de Mogadiscio, la capital somalí. Ante hechos como el reseñado, que se repiten cotidianamente, ¿es necesario o no proteger una ruta marítima de semejante importancia?¿Cómo?¿Con qué medios?

Por lo que respecta a la actividad pesquera son numerosas las opiniones que sostienen la necesidad de una moratoria que permita la regeneración biológica de estos caladeros sometidos a un esfuerzo pesquero insostenible. ¿Es imprescindible esta trascendente iniciativa? ¿Es posible compatibilizar una medida de tal alcance con el mantenimiento de una industria -la conservera-, sostenida en gran medida por los atuneros del Índico, que genera miles de puestos de trabajo y tiene un importante peso en nuestra economía nacional? En el caso de que nuestros barcos permanezcan en el Océano Índico, o cuando vuelvan a faenar en esas aguas tras una posible moratoria, y siempre y cuando cumplan rigurosamente los acuerdos de pesca y las leyes internacionales, ¿deben ser protegidos contra las acciones de los bucaneros? En caso de que la respuesta sea afirmativa, ¿qué medios deben emplearse, públicos o privados?

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Finalmente, para evitar equívocos y justificaciones inaceptables, conviene recalcar que los piratas no son ni modernos Robin Hood ni gloriosos combatientes anticoloniales, sino delincuentes peligrosos. Sin embargo, fenómenos como el que analizamos son frecuentemente el resultado de nefastas políticas neocoloniales. Somalia, como tantos otros países, es una sociedad en descomposición cuyas riquezas -incluida la pesquera- han sido expoliadas y su Estado destruido como consecuencia de guerras civiles en muchos casos estimuladas desde el exterior. Y, ya se sabe, cuando el Estado retrocede, las mafias -cuyas terminales políticas convendría investigar- ocupan su lugar y no tienen demasiadas dificultades para reclutar a miles de hambrientos y desesperados creados por la crisis. También este es un dato que no se puede olvidar cuando se aborde la situación de la zona.

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