El maestro de la modernidad
No se han prodigado las celebraciones en España con ocasión del centenario de los Ballets Rusos de Diaghilev, y estas tres funciones de Valencia son probablemente su momento culminante, teniendo en cuenta que fue precisamente el Ballet del Teatro Marinskii el "mercado interno" donde Diaghilev escogió la plantilla de su aventura parisiense, tanto a bailarines como a coreógrafos, músicos y artistas plásticos.
La pertinencia de un programa monográfico con coreografías de Mijaíl Fokin (San Petersburgo, 1880-Nueva York, 1942) está fuera de toda duda. Fokin es al mismo tiempo el renovador del ballet ruso y el continuador de la reforma iniciada por Marius Petipa; estas dos consideraciones no están en flagrante contradicción, como pueda parecer. Fokin no era un revolucionario absoluto, pero sí un teórico iluminado. El tríptico que componen Las Sílfides (Chopin / Keller), Scheredzade (Rimski-Kórsakov) y El pájaro de fuego (Stravinski) puede fungir como vehículo para adentrarse en la estética evolucionada y cambiante de Fokin, su capacidad de invención y su riqueza expositiva, capaz de sentar las bases de un recorrido que culmina en el neoacademicismo de Balanchine, eso que se denomina en falso y equivocadamente "neoclasicismo". Es una línea que atraviesa todo el siglo XX y es al mismo tiempo la historia del ballet de nuestra época.
Fokin es al mismo tiempo el renovador del ballet ruso y el continuador de la reforma iniciada por Marius Petipa
Diaghilev, entre otras cosas geniales, inventó las funciones promocionales para los medios de comunicación. Ya en 1909, en el Teatro Châtelet hizo unas donde se bailó Las Sílfides, este bellísimo ballet cuya apasionante historia, trascendencia y calidad, le ha permitido llegar hasta nuestros días intacto de lectura y estilo, aun teniendo en cuenta que Fokin mismo lo entendía como un proceso moderno pues hasta que lo definió, puso y quitó músicas, fragmentos de baile y disposiciones coreográficas. El pájaro de fuego se estrenó en la Ópera de París un año más tarde, en 1910, y se da el caso de que es la primera obra de los Ballets Rusos totalmente original, pues tanto libreto, música, coreografía y diseños fueron ideados para la ocasión. Scheredzade es un apaño que tiene también su propia historia de "corte y pega" y sirvió a Diaghilev para dar el toque exótico de lo oriental, que tanto motivaba al público y al que Proust se refirió extasiado.
Con todo, Las Sílfides o Chopiniana (su nombre original) se lleva la palma como prototipo de un nuevo ballet. Fue la primera pieza creada sobre música no escrita directamente para la danza, y para ello Fokin encontró en una estantería de su teatro unos arreglos comenzados por Alexander Glazunov unos años antes donde se orquestaban cuatro piezas pianísticas de Chopin. Y así la primera Chopiniana tenía como escenario un salón de baile y las bailarinas iban ataviadas como polacas en las polonesas y las mazurcas y como napolitanas en la Tarantella. Lo de los inmaculados tutús blancos vino después y fue un homenaje de síntesis que evocaba la imagen mítica de Maria Taglioni en La Sylphide. No dispuso el coreógrafo de dinero para su estreno, usando trajes y decorados de producciones anteriores o desechados de los propios almacenes del Marinskii; esa economía le llevó a una síntesis y a usufructuar el lirismo y la delgadez de una joven solista que no gustaba a todo el mundo (tenía los dientes muy grandes y separados, las rótulas salientes y el pie un número y medio mayor del estipulado como perfecto en una ballerina): Anna Pavlova. Su perfil afilado le decidió a vestirla (más bien taparla) a "lo Taglioni" con algo que le valiera a su magra talla, y he ahí que apareció en una percha un tutú blanco y largo, que Fokin usó en el pas de deux. Otro factor importante fueron las recién instaladas y primeras bombillas eléctricas, con las que se experimentó un nuevo efecto de "claro de luna ascendente" (herencia de la iluminación de gas); tanto resultó que se creaba así el último "ballet lunar" y el primero del "neorromanticismo" fokiniano. Las fuerzas de las circunstancias incidían poderosamente en el quehacer del coreógrafo.
Pocas dudas hay hoy de que Uliana Lopátkina (Kerch, Ucrania, 1973) es, hoy por hoy, la mejor bailarina clásica del mundo. Londres se le rindió este verano en un Covent Garden hasta la bandera y en pie, con su Symphony in C (Bizet/Balanchine). Con ocasión de esas funciones, una antigua bailarina de la casa inglesa, de natural parca en elogios, dijo: "Cada varios decenios aparece una estrella así. Es raro y difícil reunir todo lo que ella reúne y hoy destaca en medio de un plantel de primeras bailarinas mundiales estupendas, de primera línea, pero ella es otra cosa: es la perfección misteriosa del arte. Será recordada". Probablemente no hay mejor elogio ni mucho que añadir. En Valencia la veremos en todo su esplendor.
Temperamental, concentrada en la musicalidad y el sentido último (artístico) del bailar, aspirando, y demostrando, una cristalización ejemplar del estilo, exquisita en las maneras y la administración de la energía, Uliana está en su madurez (que es el momento más alto de una bailarina clásica) y sólo le hace sombra su propio rigor y su leyenda de "difícil". Lopátkina ascendió al estrellato con Gergiev como director general y Majar Vassaiev como director del Ballet Marinskii. En 1991, tras graduarse en la Escuela Vagánova, entró en Kirov-Marinskii y en 1995 fue nominada bailarina principal. Verla bailar es una delicia y una experiencia estética superior, y como toda gran artista, tiene noches y noches. Uliana domina la atmósfera y el tiempo. En la Zobieda de Scheredzade (que hará en Valencia, acompañada del bailarín cubano Carlos Acosta en el papel del Esclavo Dorado, rol que consagrara Nijinski) es hoy también insuperable.
Programa Fokin. Ballet del Teatro Marinskii de San Petersburgo. Director Musical: Valeri Gerguiev. Días 9, 10 y 11. Palau de les Arts, Valencia.
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