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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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En la noche de los tiempos

Manuel Rodríguez Rivero

Si, como afirma Doctorow, todas las guerras exigen novelas, las civiles lo hacen con mayor apremio. Sin duda se debe a que en ellas los enemigos son viejos conocidos, como si se tratara de parientes (eventualmente enfrentados por razones de clase, ideología, etnia o religión) que se conocen demasiado bien y que, tras intentarlo durante un tiempo, no han encontrado otro medio de arreglar sus conflictos que el de aniquilarse mutuamente. Del enemigo exterior sólo conocemos sus motivos; del interior podemos sopesar su odio, que es el reverso del nuestro. Y, junto con el amor, el odio es probablemente la más literaria de todas las pasiones. Pero, a diferencia del primero -del que se dice que es contrafigura y envés- el odio conmueve hasta tal punto los cimientos de nuestra propia imagen que, tras sus efectos, precisa ser comprendido, un requisito del que habitualmente se dispensa al amor. Setenta y tres años después, la guerra civil española goza sintomáticamente de buena salud literaria, lo que se explica probablemente porque el bloque vencedor se ocupó durante décadas de mantenerla convenientemente viva. De modo que a ella se siguen refiriendo -aunque sólo sea como telón de fondo- no pocos miembros de las cuatro generaciones de narradores en activo. Hace dos días que he terminado la última novela en que "sale" aquella guerra de nuestros antepasados (incluyendo, ya, a los bisabuelos) y todavía sigo con la impresión de haber leído una de las mejores novelas españolas de la última década. No pretendo que se fíen de mí -ya vendrán los críticos a intentar ponerla en su sitio con argumentos más cabales- pero yo escribo en esta página, entre otros asuntos relacionados con el mundo literario, acerca de lo que me parece lo que leo, y no me parecería honrado callarme mis impresiones en esta ocasión sólo porque soy amigo del autor. Creo que Antonio Muñoz Molina ha conseguido con La noche de los tiempos (Seix Barral, a la venta a mediados de mes) su obra maestra. Quizás porque en ella están, de uno u otro modo, todas las anteriores, que ahora se me antojan como una lenta y obstinada preparación de la última. Muñoz Molina ha escrito la historia de un gran amor en medio de un mundo (en realidad, toda una época) que se derrumba: el amor y ese mundo son, por igual, los auténticos protagonistas del libro, al modo que lo eran, por ejemplo, en El doctor Zhivago. Sólo que, aún en mayor medida que para Pasternak, para AMM el mundo que se derrumba no es mero telón de fondo del asunto principal, sino teatro entero de un brutal conflicto que todavía es preciso desentrañar sin maniqueísmos y con sentido histórico para entenderlo más allá de toda épica novelesca y de las ideologías que (aún hoy) pretenden gestionar su memoria. Novela reflexiva, documentada con la pasión de un biógrafo a la vez fascinado y crítico, literariamente ambiciosa y cuya complejidad técnica no entorpece el afán de máxima legibilidad, avivando constantemente el interés del lector por saber qué sucede después (un logro que se mantiene a lo largo de sus casi mil páginas). Pero, sobre todo, novela valiente y comprometida, que rehúye por igual maniqueísmos y equidistancias. Y, quizás por todo ello, polémica: es posible que, tras su publicación, asistamos a uno de esos raros y apasionados debates que, todavía hoy, explican la atracción del género. En todo caso, prepárense a disfrutar con una gran novela.

Listas

Seguramente el mundo cabría en una sola lista imposible. Pero también es verdad que el número de listas posibles es infinito. Desde el principio, la pasión por enumerar, de la que surge toda taxonomía, ha sido una constante de la humanidad. Las primeras muestras de escritura son las tablillas mesopotámicas en que se consignan las existencias de los almacenes reales. Cuando Moisés baja de entrevistarse con Dios trae consigo la lista de los mandamientos (10). Y Homero funda con el catálogo de las naves aqueas (1.186, por cierto) de la Iliada una lista imprescindible en todo relato bélico: la de los respectivos poderes de los contendientes. Existen listas para todo: desde inventarios de posesiones hasta catálogos aleatorios de caprichos. Hay listas de verificación, listas de compras, listas negras, listas tontas. Hay listas verticales y horizontales. Listas de ingredientes de una receta, listas de personas enterradas en fosas comunes (aquí y en Pekín), de regalos navideños, de las mejores (pocas) y de las peores novelas españolas de 2009. Hay listas que son nóminas y otras que enumeran los componentes de un equipo (por ejemplo, el de quienes hacemos, por ahora, este periódico). Umberto Eco, nombrado comisario "en residencia" del Louvre para los dos últimos meses de este año que ya se acaba, lo sabe. Su libro El vértigo de las listas (Lumen, a la venta el día 13) es un intento de explicar esas muestra tozudas y persistentes de la pasión humana por clasificar. Es decir, por entender el mundo. Un libro inteligente, apasionante, divertido. Y, sobre todo, una excelente lista para comprender las listas.

Surrealistas

Más de una década después de su publicación original se publica finalmente en nuestro idioma La vida de André Breton de Mark Polizzotti, probablemente la mejor biografía disponible de la figura clave y mentor riguroso del movimiento surrealista. La espera ha merecido la pena: el volumen publicado por Turner y el Fondo de Cultura Económica incorpora importantes datos surgidos a la luz en los últimos años: desde los referentes a la vida (y a la muerte) de la legendaria Nadja, protagonista de la imprescindible novela-manifiesto de Breton, a los que se desprenden de la estúpida (y desaprovechada por el Gobierno francés) subasta de la colección privada del escritor en 2003. La biografía, que recomiendo vivamente a todos los interesados en la historia cultural (y política) de la primera mitad del siglo XX, se adelanta unos días a la publicación (en Alianza Forma) de Surrealismo, Eros y política 1938-1968, de Alyce Mahon, una interesante y sugestiva reivindicación del "último periodo" del movimiento. Por último, me gustaría recomendar un interesante volumen que corre el peligro de pasar inadvertido: Razonado desorden, una antología editada por Ángel Pariente (traductor de Lautréamont y autor de un útil Diccionario temático del Surrealismo, en Alianza) que reúne textos y declaraciones surrealistas entre 1924-1939. El libro fue reeditado (ampliado) por Pepitas de Calabaza, una editorial, como declaran sus responsables en un alarde de mercadotecnia surrealista, "con menos proyección que un cinexín". Ojalá esta nota contribuya a aumentar su cupo de taquilla.

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