Manolo Cano, una vida en la trastienda de la fiesta
Fue apoderado de toreros como Curro Romero
El empresario y apoderado de toreros Manolo Cano Muñoz mantuvo su acento cordobés hasta su muerte, ayer, 3 de noviembre, a los 76 años, a pesar de haber vivido por toda la geografía taurina desde su juventud. También esa manera de mirar con la cabeza girada. Tuvo que abandonar ese puro que dejaba ladeado en la boca, medio encendido y medio apagándose en su despacho de Las Ventas, el más oscuro y escondido de la plaza, también el de más difícil acceso.
Durante su época de gerente de la plaza, a cargo de los hermanos Lozano, todo pasó, durante 15 años, por sus manos: negociaciones, apoderamientos, contratación de ganaderías, de servicios menores y hasta acreditaciones de prensa. No dejaba nada al azar, y le importaban las colas que se hacía para tener audiencia con un hombre corto en palabras, pero consecuente con lo que acordaba. José Luis, Eduardo y Pablo Lozano confiaron en él todos los detalles de las ferias de San Isidro y Otoño en los años noventa y comienzos de este siglo. También trabajó con ellos en la gestión de la otra plaza madrileña, la de Vistalegre.
Nacido en Córdoba, su familia, sabedora de la vida para contar de este conocedor de la fiesta de los toros, insistió en que confiase en alguien para convertir en libro sus vivencias. Pero se le fue nublando la memoria sin tiempo para plasmar labores no siempre agradables. Cierto o no, siempre le perseguirá la leyenda de haberse vestido de Guardia Civil para arreglar una corrida cuando representaba a su primo Rubén Cano, El Pireo. Hizo esto al comienzo de su carrera como apoderado, en los tempranos años sesenta.
Mantuvo la costumbre, hoy en desuso, de sellar acuerdos con un apretón de manos, sin papeles, abogados o fechas de caducidad en lo acordado. Gestionó las carreras de Juan Carlos Beca Belmonte, Agustín Parra, Parrita, y figuras de la talla de Curro Romero o Rafael de Paula, dos consumados artistas.
En los últimos años encauzó el rumbo de Óscar Higares, Miguel Rodríguez y Manuel Caballero. En calidad de empresario organizó las ferias de Toledo, San Martín de Valdeiglesias, Pozoblanco, Úbeda, Baeza o Cabra.
El último torero con capacidad para ilusionarle hasta el punto de decidirse a apoderarlo fue el colombiano Luis Bolívar, cuando vino a formarse a la Escuela de Tauromaquia de Madrid. No le pudo acompañar en los viajes, pero sí le buscó contratos en sus inicios de becerrista sin caballos, que hacían presagiar una capacidad más que probada en la actualidad.
Poco amigo de la multitud, veía las corridas desde la oficina. En cualquier lugar de Europa y América, allí donde hubiese toros que organizar había estado este corpulento y serio taurino, profesional como pocos.
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