Perdón
No sé si es una moda o si es solamente un recurso, incluso no sé si es del todo sincero o simplemente un parapeto más, pero me ha parecido que en los últimos tiempos cada vez se ve a más deportistas pidiendo perdón tras un resultado fallido, una mala marca, un día adverso.
La petición suele tener varios destinatarios. Unas veces, dentro del vestuario, los compañeros que han sido perjudicados por una acción notablemente desafortunada; otras suelen ser las personas que han confiado en el deportista, su club, sus patrocinadores, su entrenador, la familia; otras, las más, la petición de perdón lleva por destinatario al público, al jugador número 12, a esos que se dejan la pasta y la garganta para apoyar al equipo, al piloto, al deportista de casa para encontrarse con un resultado decepcionante, con una desilusión que llevarse a casa y, si mañana es lunes, también al trabajo.
No crean que no le he dado vueltas al asunto, pero me parece curioso que, nada más finalizar la competición, las primeras palabras tengan este destinatario. Hay veces que pienso que los departamentos de comunicación hacen su trabajo de forma tan exhaustiva que para cuando el deportista sale de la ducha ya tiene el discurso cincelado. Vamos, como esas veces en las que el futbolista expulsado corre al vestuario del árbitro a mostrarle su congoja por la actitud antideportiva que le ha llevado fuera del campo, expulsado, antes de tiempo. Dice el Comité de Competición que el arrepentimiento inmediato puede ser motivo para rebajar la sanción, pero, claro, si sé que con esta acción mi sanción va a ser rebajada, la acción tiene poco de espontáneo y de auténtico. Claro que hemos empezado a dar tanta importancia a los gestos externos que éstos del arrepentimiento y la condolencia están integrados en el paisaje actual. No nos importa en el desarrollo de la competición engañar al juez, trampear con los contrarios, engañar al público con nuestras caídas doloridas, pasarnos el encuentro reclamando la tarjeta para el contrario. Y no por ello, al finalizar el partido, pedimos disculpas a los que se han podido sentir ofendidos o perjudicados por nuestras artes. Pero la cosa cambia cuando el resultado es adverso, escandalosamente adverso, lejos de la expectativa creada antes de comenzar la competición.
Se diría que tras la petición de perdón habría un deseo de ser indultado de la pena asociada al desastre deportivo que hemos provocado. Si es así, les aseguro que la medida va a tener poco efecto en su capacidad de borrar de la mente del seguidor el mal rato que le hemos hecho pasar. Se lo dice quien, todavía hoy, cuando ha cambiado hasta de siglo, se suele encontrar con algún aficionado que le recuerda un mal día contra Nigeria en el Mundial de Francia 1998.
A veces me pasa que siento que vamos a acabar con esto del perdón como con lo de tirar la pelota fuera para que un jugador lesionado sea atendido. Esto, que es una elemental norma de deportividad y que siempre había estado acompañado del aplauso del público, propio o rival, ha pasado a ser una cuestión polémica, ya que su uso indebido, antideportivo, antijuego, ha hecho que ya no nos creamos el dolor de nadie en un terreno de juego; que ya pensemos que el jugador, cuanto más chilla y más vueltas da en el césped, menos dolor tiene y más hay que correr con la pelota hacia la portería contraria para aprovechar la superioridad. Cierto es que hay veces que el silencio llena el estadio para acompañar al jugador caído, que hay veces que hasta que el doliente no se levanta todos sufrimos ante la posibilidad de una lesión terrible. Cierto, también, que esos días no hace falta tirar el balón fuera.
No me queda más que pedir perdón si alguien se siente molesto por estas letras.
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