Las amantes del pintor Modigliani
El artista ha pasado a la historia tanto por sus pinturas de mujeres de cuello rosa e infinito como por sus parejas, que fueron tantas como borracheras. Sólo una le acompañó hasta el final: Jeanne Hébuterne, una muchacha lánguida con final trágico
La pintora Beppo, una inglesa alta y desgarbada, que a principios del siglo pasado, con 18 años, se fugó de casa y dispuesta a cambiar el té con pastas por el calvados cayó en el París de entreguerras en medio de la bohemia de Montparnasse, me contó que había sido amiga de Modigliani. Un día el artista le pidió que posara de modelo para una escultura. Quería tallarla en madera y para eso robó una traviesa de la vía del metro de la estación de Barbès-Rochechouart. Beppo le ayudó a saltar la verja. Este robo se repetía a menudo. Por eso durante una época las esculturas de madera de Modigliani todas medían un metro y eran tan estilizadas. Aquella escultura ha desaparecido. Puede que la usaran como leña para calentar el cubículo de la plaza de Ravignan, en los altos de Montmartre, donde vivía el artista.
Se presentó como escultor y sólo porque la madera, el mármol o el granito eran muy caros se pasó a la pintura
La pintora Beppo llegó a España en los años cincuenta casada con el príncipe tunecino Abdul Wahab, al que abandonó por un guitarrista gitano. En una taberna de Madrid, oyendo cantar a Pepe de la Matrona, me contó también que en medio de una pobreza absoluta iba una tarde en compañía de Modigliani por el bulevar de Montparnasse y se encontraron con unos bloques de piedra al pie de un edificio en construcción. El artista se sintió de repente inspirado y comenzó a trabajar como un poseso durante tres noches de un fin de semana en plena calle con uno de aquellos bloques hasta terminar una escultura, que representaba la cabeza cubista, pero el lunes por la mañana los obreros no atendieron sus súplicas y arrojaron la escultura de Modigliani en los cimientos.
Por ese tiempo Modigliani tenía también de modelo y amante a la poetisa inglesa Beatrice Hastings, una chica excéntrica y seductora, que lucía sombreros cada vez más imposibles. Entre los perifollos del vestido a veces solía llevar enhebrado bajo el brazo un cesto con un pato vivo dentro. Fue ella la que inició a Modigliani en el hachís y en las experiencias sensoriales fuera de toda medida, pero él no le iba a la zaga. Picasso decía que Modigliani siempre se las apañaba para coger las cogorzas más clamorosas en el cruce de Montparnasse con el bulevar de Raspail, entre la Coupole, La Rotonde y el Dôme para exhibir su desdicha ante el mundo. Aunque algunas veces también lo sacaron borracho dentro de un cubo de basura en un barrio de extrarradio.
Amedeo Modigliani era judío, nacido en Livorno el 12 de julio de 1884. Recién llegado a París con 21 años, tímido, bien vestido, con un dinero en el bolsillo que le había dado su madre, fue capeando la vida con cartas de recomendación hasta que cayó en Montmartre, cerca del Bateau Lavoir donde reinaba el Picasso de la época azul y su cuadrilla de poetas y pintores alucinados. Allí Max Jacob inició al guapo italiano, todavía sano, puro y agreste, en el laberinto de la cábala. En ese tiempo llegaban a París las primeras máscaras negras que traían los colonialistas desde Malí y Gabón. Max Jacob hizo ver a aquellos artistas del Bateau Lavoir, muertos de hambre, pero con la cabeza llena de sueños, la cara oculta que esos ídolos exhibían a través de su misteriosa geometría. El esoterismo y la astrología mezcladas con la poesía, la pintura y la burla formaron un juego fascinante en el que este poeta judío introdujo a Picasso y a partir de Picasso a toda a aquella recua de bohemios que estaban dispuestos a romper todos los esquemas del arte.
Al principio Modigliani se presentó en sociedad como escultor y sólo porque la madera, el mármol o el granito eran muy caros se pasó a la pintura. En uno de los cafés de Montmartre dibujaba con un anuncio en los pies. "Soy Modigliani, judío, cinco francos". Por un dibujo no admitía el dinero que excediera a esta cantidad. Después fue subiendo el precio. Pintaba retratos por diez francos y un poco de alcohol.
Modigliani ha pasado a la historia tanto por sus pinturas de mujeres de cuello rosa e infinito como por las amantes, que fueron tantas como sus borracheras. Sólo una de aquellas mujeres le acompañó hasta el final de su vida. Se llamaba Jeanne Hébuterne, una muchacha lánguida, pelirroja, sensible e inteligente, también pintora, que conoció al artista en el carnaval de 1917, disfrazada con una capa rusa, cuando tenía 19 años. Era hija del cajero de una perfumería, un hombre culto que le leía a Pascal en voz alta mientras la madre pelaba patatas. Jeanne se enamoró perdidamente de aquel pintor bohemio, que ya llevaba una tuberculosis a cuestas y estaba muy metido en las drogas y en el alcohol. Se fue a vivir con este guapo maldito en la Rue de la Grande Chaumière y muy pronto quedó embarazada.
A medida que Modigliani caminaba hacia la destrucción su genio se hacía más patente. Sus pinturas habían comenzado a cotizarse. Uno de los marchantes que se equivocó fue Ambroise Vollard. Un día pasó por una galería de la Rue Boétie y vio en el escaparate un desnudo Modigliani de gran tamaño. "Qué voluptuoso tono de piel", pensó. "Hace cuatro años por unos de estos cuadros pedían 300 francos. Imagino que ahora pedirán 3.000". Preguntó por el precio. "Vale 350.000 francos", le dijo el galerista. Por supuesto Modigliani ya había muerto.
Pero mientras vivió este italiano seductor fue sobre todo amado por mujeres y protegido por sus amigos. Cuando la familia de Jeanne y sus primeros, únicos y fieles coleccionistas de sus cuadros, Paul Guillaume y Zboroswski, supieron que su amante estaba embarazada, tratando de rescatar al artista de aquel circuito diabólico de Montparnasse, llevaron a la pareja a la soleada Niza, donde nació la hija. Modigliani no aguantó por mucho tiempo aquella calma. Volvió a París y dejó a su pareja en el sur con la promesa de casarse con ella cuando le llegaran unos papeles de Italia. Jeanne estaba de nuevo embarazada. Una vez más en el circuito de los cafés de Montparnasse el genio de Modigliani y su destrucción comenzaron a potenciarse mutuamente.
Un día de invierno, el pintor Kipling sorprendió en el estudio de la Rue la Grande Chaumière a Modigliani en plena agonía rodeado de botellas de vino vacías y latas de sardinas. Al pie de la cama Jeanne, embarazada de nueve meses, le estaba pintando mientras él le decía: "Sígueme en la muerte y en el cielo seré tu modelo favorito". Lo llevaron al hospital donde murió a las 10.45 de la noche del 24 de enero de 1920. Jeanne no besó el cadáver. Le miró largamente y retrocedió sin volverle la espalda. Esa noche no quiso dormir en el estudio con su hija. Se instaló en el hotel la Louisiane, de la Rue de Seine, donde intentó suicidarse. Sus padres la rescataron y se la llevaron a casa. En la habitación del hotel había dejado un puñal debajo de la almohada. El entierro de Modigliani fue un acontecimiento en Montparnasse. Todos los pintores, músicos, poetas, actores, antiguas amantes, acompañaron al artista al cementerio de Père-Lechaise y mientras el entierro más fascinante de aquel tiempo sucedía, Jeanne se tiró por la ventana de un quinto piso de sus padres a un patio llevando en el vientre un hijo de Modigliani. El cadáver lo recogió un obrero. Lo subió a casa. Sus padres le cerraron la puerta. En una carreta el obrero lo trasladó al estudio de la Grande Chaumière y fue también rechazado por el portero. El desconocido samaritano lo llevó a una comisaría. Jeanne fue enterrada en clandestinidad y el duelo lo componían unos amigos, que siguieron el féretro en un taxi bajo una lluvia desolada de invierno.
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