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Crítica:LIBROS | Narrativa
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Poeta eterna

Epistolario. Las cartas de Emily Dickinson (1830-1886) son joyas como lo son sus poemas y, muchas de ellas, llegan a ser poemas en sí mismas y otras contienen ráfagas que son exactamente poemáticas, con la misma concisión enigmática, densidad conceptual e intensidad emotiva que observamos en sus poemas. La selección que leemos ahora tiene muchos méritos y uno de ellos, completamente indiscutible, es que su editora se ha propuesto respetar al máximo el estilo de la poeta norteamericana, tan peculiar en su prosa epistolar como en sus poemas. Nada de reducir ese casi áspero extrañamiento a cómodas y domesticadas frases de escritor rutinario. Por el contrario, esta magnífica y respetuosísima traductora -además de excelente prologuista- sigue paso a paso, con un amor y admiración escrupulosos, las fragosidades sintácticas y semánticas de esta poeta que, efectivamente, era un completo universo en sí misma. Este libro maravilloso reúne una porción de las muchas cartas que escribió Dickinson a distintos corresponsales en distintas épocas de su vida, desde la juventud hasta días antes de morir. Dickinson, que prácticamente vivió recluida en su casa, cuidando de los suyos -al parecer era el pilar de ese microcosmos familiar-, mantuvo contacto con el mundo exterior a través de su correspondencia. A partir de un momento no salió físicamente de su casa, pero sí lo hizo mediante estas misivas que revelan un intenso interés por los otros, en términos muchas veces arrobadores, tal es la delicadeza e intensidad de los sentimientos puestos en juego. Los corresponsales son diversos y los asuntos que aborda según los casos también. Reflexiones impresionantes sobre la amistad o rememoraciones increíbles para anudar lazos más o menos frágiles, o captaciones del mundo físico de una arrebatadora belleza y de un simbolismo atizador y trágico, como cuando, en pleno éxtasis primaveral, recuerda los desechos de la estación anterior -esas alas desintegradas, esos nidos destruidos-, con la intención, sin duda, de llorar esas pérdidas pero también de recordarnos que toda resurrección siempre lo es a costa de la muerte insuperable. Para el enigma de esta escritora inagotable, tal vez las cartas dedicadas a Higginson -su contacto con el mundo literario norteamericano de la época- adquieren un interés especial por cuanto nos informan de cómo Dickinson se mantuvo en sus trece y, a pesar de su soledad y aislamiento, no dio el brazo a torcer en cuestiones esenciales referidas a su estilo, sencillamente porque sabía quién era, una poeta eterna, como supo adivinar muy tempranamente su muy querido amigo Benjamin Newton.

Cartas

Emily Dickinson

Edición y traducción de Nicole d'Amonville

Lumen. Barcelona, 2009

294 páginas. 21,90 euros

Dickinson vivió recluida en su casa de Amherst y mantuvo contacto con el exterior por correspondencia.
Dickinson vivió recluida en su casa de Amherst y mantuvo contacto con el exterior por correspondencia.

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