Alpargatas y brazos en jarras
Alpargatas, brazos en jarras, gritos, eructos, escupitajos y demás conductas de descaro a destajo en este retablo de los bajos fondos de la Barcelona de principios del siglo XX que es El casament d'en Terregada, del polifacético Juli Vallmitjana (1873-1937), novelista, dramaturgo y pintor que siempre se interesó por las formas de vida marginales. Sus protagonistas son prostitutas, ladrones y otras gentes de mala vida, entre los que destaca el tal Terregada, protagonista de una parte importante de su obra. Y siguiendo su figura, Albert Mestres, responsable de la adaptación, ha reconstruido este mosaico costumbrista que requiere la traducción de más de un centenar de palabras para adentrarnos en esa Barcelona que ya no existe.
EL CASAMENT D'EN TERREGADA
De Juli Vallmitjana. Dirección: Joan Castells. Intérpretes: Míriam Iscla, Teresa Urroz, Laia Martí, Neus Umbert, Eugènia González, Elisabet Vallès. Teatre Nacional de Catalunya. Barcelona, 15 de octubre.
En un espacio escénico polivalente dominado por una fachada inspirada en esas perspectivas imposibles de Escher, el joven Terregada (Ernest Villegas) se ve envuelto, de entrada, en un buen lío: el día de su boda con la puta Patanda se ve enturbiado por la muerte y entierro de uno de los suyos, deliberadamente boicoteado por La Lola (Míriam Iscla), otra que tal, que desmantela el festejo sin miramientos. A este primer acto, que es en realidad la pieza que da título al montaje, le sigue un largo monólogo (En Terregada), a cargo siempre de nuestro protagonista, y unos capítulos de Sota Montjuïc en los que Terregada vuelve a ser el personaje principal. Visto el conjunto de un tirón, que es como se presenta, la cosa queda en una primera parte cuya acción parece amputada, una segunda que es una colección de anécdotas cuyo único nexo es el protagonista y una tercera que mantiene los mismos personajes de la primera, pero en un contexto distinto, y que acaba de manera fulminante en un trágico desenlace. A esta estructura desigual y un tanto quebrada de la adaptación, Joan Castells, director del montaje, le ha sabido infundir un ritmo homogéneo y enérgico -todos los intérpretes se desviven por dar verosimilitud a sus personajes-, de manera que lo que importa no es lo que pasa, sino cómo pasa. Es el comportamiento de toda esta pandilla de canallas y pícaros, su habla, sus modos y maneras, lo pintoresco del espectáculo; en definitiva, el valor que tiene el haber rescatado a un autor como Vallmitjana. Y desde luego, si en algún sitio tiene cabida un mosaico semejante, éste es sin duda el Teatre Nacional de Catalunya.
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