En busca de otra cultura de clubes
Fiestas en macrodiscotecas a 60 euros. Sin copa. Salvo que veranees en Ibiza, la mera idea produce nostalgia. O rechazo. Atrás quedaron los tiempos en los que un superdj como Paul Oakenfold llegaba a embolsarse, como asegura el libro Guinness, un millón de euros por sesión. ¿Quién mató a la gallina de los huevos de oro? Para Mario Vaquerizo, músico y agente de artistas, la respuesta hay que buscarla más allá de la coyuntura económica: "Internet ha fomentado la creación de un nuevo público muy joven y con mucha cultura musical que está harto de sesiones fundamentalistas. La gente ahora simpatiza con los dj's no profesionales. Para ver dj's que mezclan bien ya está el Sónar". La escena de pinchadiscos estrella de los noventa, desprovista de su inicial coartada contracultural, se sumergía en una espiral de excesos, drogas y vanidad que en 2003 llevó a periódicos británicos de prestigio —The Guardian, The Times— a preguntarse: "¿Ha muerto la electrónica?". Paralelamente, la mayoría de grandes empresarios del ocio nocturno de Madrid y Barcelona se aferraba a viejas fórmulas basadas en tablas de beneficios. Malos tiempos para la cultura de clubes, un fenómeno que, históricamente, siempre se alimentó de riesgo. De la novedad entendida como religión. Amén de cierto elitismo avivado por minorías orgullosas.
"El 'dj' vuelve a ser la estrella, pero ya no está en un pedestal. Y se lo pasa bien" (Nasty Mondays)
Hace menos de dos meses abría sus puertas Zombie (sala Charada), un club en el centro de Madrid con una propuesta aparentemente sencilla, pero que prueba que la noche no entiende de matemática. La cita es el miércoles (el nuevo jueves, dicen), y a tenor del apabullante éxito, se diría que aquí nadie trabaja al día siguiente. Treintañeros, adolescentes, graffiteros, skaters, pijos y una equilibrada proporción de chicos y chicas conforman su fauna. De estética straightedge y tatuajes old school. Aquí los dj's sudan, saltan, se emborrachan. Como estrellas del punk. En la pista, nuevas it-girls como María Rosenfeldt (hija de la fotógrafa Ouka Lele, por tanto, hija de la movida madrileña, viviendo ahora la suya propia) o Miranda Makaroff (retoña de la diseñadora Lydia Delgado y el ex Tequila Sergio Makaroff). "Los Zombie Kids desprenden una energía brutal desde la cabina", dice Miranda, "y además ¡son heteros!". Miguel, alias Agnes La Sucia, cocreador de las añoradas fiestas En Plan Travesti (EPT), coincide: "Después de EPT, tenía que surgir algo gordo de una escena hetero avanzada que se ha ido cociendo estos años. Hacía falta un club de moda con chicos guapos donde fueran a ligar las chicas maquilladas como un Rolls Royce".
Los Zombie Kids son Edgar y Jay. Básicamente, unos colegas convertidos en improvisados empresarios. "Como no existía, decidimos hacer la fiesta a la que nos gustaría ir. Ponemos la música con la que hemos crecido [punk, dance, Juan Luis Guerra...]. A veces nos vienen a decir que pinchamos mal, pero lo que nos divierte es romper la sesión". Para Agnes La Sucia el éxito reside en la credibilidad que trasmiten: "La gente ve a estos chicos como a uno más de la pandilla, no como a un promotor oscuro que hace sesiones de laboratorio y recluta a relaciones públicas supuestamente experimentados. Consiguen que el público coopere sintiéndose parte de algo importante. Cuando uno siente que en un club constantemente pasan cosas, se ve obligado a acudir siempre". Detrás de la propuesta, cierta filosofía de vida: han alcanzado la treintena, pero siguen con los Guns N' Roses y con el monopatín. Se niegan a crecer. "Tenemos mucho de Peter Pan. Bueno, más del Capitán Garfio", dice Gustavo, responsable de la imagen del club. La semana pasada la policía les ordenó bajar la música y Edgar escupió en el micro: "Tenemos a las fuerzas del orden en la sala y lo que yo les digo es que les den por el culo, fuck the police!".
En Barcelona, Nasty Mondays son Soren, Ximo y Max, dos catalanes y un argentino tatuados hasta las cejas. Se conocían "del skate" y hace ya cinco años se les ocurrió montar fiestas los lunes. "Hemos crecido tanto que hemos tenido que inaugurar los martes Crappy Tuesdays". En sus sesiones se escuchan rock, punk, glam, skate de los ochenta... "Tenemos séquito. Damos el show desde la cabina porque somos así. La gente ve que nos lo estamos pasando mejor que ellos. Eso es nuevo. El dj vuelve a ser la estrella, pero ya no está en un pedestal. Se lo pasa bien con la gente y la gente con él. Ésa es la diferencia entre la cultura de clubes de antes y la de ahora".
¿Podemos traducir, pues, esta proliferación de locales afines al rock, a la mezcla y al desfase general como un auténtico resurgir de la cultura de clubes en España? "Absolutamente", coinciden los Zombie Kids; "en la mayoría de las discotecas los RR PP no conocen al dj, por ejemplo. Aquí nos conocemos todos, todos somos parte de la idea, por eso somos club. Hasta los seguratas lo pasan bomba".
El coreógrafo Dani Pannullo, pionero en los noventa de la escena clubber española con su sesión House of Devotion (HOD), es mucho más escéptico: "Un club tiene que estar lleno de gente deseosa de pertenecer a él, pero, como dicen los evangelios, muchos fueron los llamados, pero pocos los elegidos. El único acercamiento, si lo hubo, a la cultura de clubes en Madrid fue el HOD. Todo lo demás sólo han sido ideas de mal gusto". Para Alaska, la cultura de clubes es "una paletada de revista de tendencias": "Qué menos que en una ciudad como Madrid haya de vez en cuando un club interesante".
Charadaclubdebaile.com.Myspace/thenastymondays
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