Voz con conciencia
La gran diferencia entre Billy Bragg y el resto de los cantautores políticos es que él no intenta convencer a las masas, sino hablar a los individuos. Durante 30 años y casi una docena de discos Bragg, militante de toda causa perdida, ha sido comprensivo y amable con nosotros, pobres ciudadanos tratando de hacer las cosas bien mientras nos marean y machacan.
Quizás porque él es el primero que ha aprendido de sus errores. En los setenta, antes de cumplir los 20, para escapar de su vida en Barking, al sur de Inglaterra, se alistó en el ejército. Allí descubrió el horror del uniforme y se convirtió al marxismo y al punk, por este orden. Tras licenciarse comenzó su carrera como músico. Pero aunque es un pacifista convencido en sus canciones muestra un tremendo respeto por los soldados que se envía a morir a Iraq o Afganistán. El día 14 actúa en la sala Galileo Galilei (Galileo, 100). Hacía bastante que no pasaba por la ciudad. Alguien lo definió como el Dylan punk. Se ha suavizado. Ya tiene 50 y es más como ese tío rojo que ha sobrevivido dignamente a sus contradicciones.
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