Lo privado es público
Admiro el talento cinematográfico de Roman Polanski, hasta el punto de que mis alumnos de los cursos sobre el guión de cine acabaron hasta el gorro a fuerza de no dejarles marchar sin que se supieran de memoria Chinatown, pero detesto sus argucias de navajero a la hora de planificar la violación de una niña de trece años. Aunque de eso hayan transcurrido treinta años y medie el perdón tardío de la víctima (parece ser que a cambio de un sustancioso acuerdo económico) hay delitos sin perdón que no prescriben. Ya sé, ya sé que Polanski sufrió una vida de tormento y que un chalado tan atormentado como él asesinó de una manera atroz a su mujer embarazada. Supongo que no es fácil salir de eso, pero no parece que violar a una niña después de suministrarle alcohol y otras sustancias, como un aprendiz cualquiera de Charles Manson, sea la terapia más adecuada en esos casos. Polanski se comportó de una manera indigna, y prefirió huir de la justicia y tirar de talonario para tapar el asunto.
Hay un curioso movimiento a su favor, alentado por personajes del cine y otros artistas, que aducen razones centradas no en el hecho que motiva el asunto sino en las circunstancias de la detención, que atentarían contra las libertades. Hay también un vídeo antiguo que se ha pasado por todas las teles en el que Polanski admite que le gustan las jovencitas, como a todo el mundo, viene a decir. Cierto. Pero no todo el mundo promete el paraíso en la tierra a las niñas que le apetece follarse ni las atiborra de alcohol y estupefacientes para consumar una violación ni consentida ni deseada. Esa conducta impropia de caballeros es pasada por alto en nombre de circunstancias menores y a la mayor gloria de un cineasta de cuyo talento como artista cabía esperar cualquier cosa excepto una chapuza personal de abusiva canalla. Más bien las dolorosas experiencias anteriores de Polanski le habrían bastado para no infligir ningún dolor a nadie.
En Chinatown (más bien en el guión de Robert Towne), que Polanski rodó poco antes de los hechos por los que sigue imputado, hay en el envés de la trama una violación de un padre a su hija adolescente, al servicio de un argumento centrado en el problema del agua escasa y en las corruptelas municipales sobre su gestión. Lástima que Polanski no observara del todo las aportaciones de Towne sobre la persistencia de las corrupciones. Y lástima también de esos cineastas que se revuelven contra su detención como un gato colectivo al que le han pisado el rabo. ¿Qué placer puede obtenerse al violar a una niña a la que has narcotizado para violarla que no sea el de la propia violación? Es como eyacular en un cadáver. Y viva Luis Buñuel, oye.
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