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AL CIERRE
Columna
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Correo comercial

El otro día leía que este pasado verano pillaron a un cartero chileno que llevaba dos años sin repartir el correo y que guardaba en casa varios sacos con más de 5.000 cartas. Al parecer, el buen hombre se había peleado con su jefe y pensó: "Te chinchas, que no voy a entregar ni las postales navideñas". No obstante, lo que de verdad me llamó la atención fue que toda esta historia la descubrieran por casualidad, casi por equivocación, por otro asunto que nada tenía que ver con aquello. Nadie se había quejado por tener el buzón vacío. La policía, al abrir aquellas sacas, se encontró con que la gran mayoría de lo que allí había era publicidad y prensa gratuita. Así que igual hasta les hizo un favor a los destinatarios.

La forma de intercambiarnos mensajes ha cambiado radicalmente en los últimos años. En el paisaje de la ciudad ya apenas se encuentran buzones. Ahora, todo contenido importante y que se precie viaja por la Red. El e-mail ha desplazado progresivamente a los viejos sobres con sus sellos, más lentos, más arcaicos y menos ecológicos. Y cuando el cartero llama dos veces a nuestra puerta -usualmente a horas tempranas de la mañana-, o bien nos trae una factura, o bien no es ni el cartero y sólo quiere inundarnos la vida con promociones, ofertas para hacer una excursión a Lourdes o folletos de cerrajeros 24 horas.

Antaño, la llegada de una misiva era esperada con anhelo. Las cartas de enamorados, o las que enviaban los hijos en la mili, provocaban una excitante comezón, a la espera del mensajero. Incluso los hubo famosos, como el cartero Alloza, que tiene calle dedicada en Sant Andreu. Cuando éramos jóvenes y todo aquello eran campos, las casas no tenían número. Y cuando alguien quería escribirle a alguien, ponía en el sobre el nombre de Alloza y debajo a quien iba dirigida. Como el funcionario conocía a todos sus vecinos, ya se encargaba él de hacerlas llegar a su destinatario. De hecho, aunque modesto, este empleado postal ha sido uno de los pocos barceloneses que han podido ver su apellido en una placa antes de morir. Me temo que hoy en día, como mucho, le hubieran dedicado un cartelito de esos que hay en tantas fincas: "no aceptamos correo comercial".

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