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Cosa de dos
Columna
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Cárcel

Las cárceles son un mal sitio. Son una expresión del fracaso: el personal, el de quienes están dentro y el colectivo, porque no cumplen su teórica función rehabilitadora. Son, también, una caricatura siniestra de la sociedad: en muchos casos castigan sólo la pobreza y la falta de alternativas. Junto a quienes merecen el apartamiento, por la gravedad de sus delitos o su peligrosidad, abundan los desgraciados, los pequeños camellos, los extranjeros clandestinos que un día se metieron en un lío.

Algo se intenta de vez en cuando para mostrar que los reclusos son gente corriente, al menos tan corriente como los de fuera. TVE, por ejemplo, mantiene su apuesta por El coro de la cárcel. Es algo, pero no es suficiente. Se podría hacer mucho más. Y no sería tan difícil.

Hace falta dignificar el ambiente carcelario, ofrecer a los presos amenidad y oportunidades. Normalizar, en una palabra, las instituciones penitenciarias. Resulta evidente que eso sólo puede hacerlo la política.

Bastantes políticos podrían dar el paso: bastaría con que confesaran un cohecho, un fraude, una malversación, cualquier corruptela de ésas sobre las que informa la prensa, y aceptaran pagar entre rejas su deuda con la sociedad. ¿Por qué no lo hacen? Por la inhabilitación. Si son condenados, se les impide ejercer su profesión. Mientras la delincuencia común puede aprovechar la cárcel para intercambiar experiencias y ponerse al día en las últimas tendencias del oficio, el político ve cruelmente truncada su trayectoria. No es justo.

¿Por qué no acabamos con la inhabilitación? Al principio quedaría raro, pero sería estupendo que un concejal, un dirigente de partido o un consejero autonómico pudieran ejercer desde la celda, con sus visitas, sus discursos, sus actos oficiales y, en general, las labores propias de su oficio. El ambiente carcelario ganaría en empaque y en variedad, y el político saldría ganando: se ha comprobado que, en ciertos casos, el delito da votos. Si unas cuantas imputaciones les hacen subir en los sondeos (véase el PP), ¿qué no haría una temporada en prisión?

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