La República de Esopo
Cuando Dominique de Villepin -poeta y ensayista, además de primer ministro de Francia- publicó en 2004 El tiburón y la gaviota, no debía de imaginar que, en realidad, estaba anticipando sus memorias. No es que aquel volumen tratase ni remotamente de su vida, sino que el título, es verdad que algo pomposo, acertó sin proponérselo con la situación personal en la que se encuentra. Villepin, a la sazón primer ministro, y Nicolas Sarkozy, entonces hiperactivo responsable de Interior, entorpecieron con saña sus respectivas carreras hacia el Elíseo, convencidos, como así fue, de que los candidatos de los demás partidos no contaban. Villepin combatió a su rival mediante argucias, por más que hacia el exterior se presentase como un alma sensible, como una gaviota. Sarkozy, en cambio, escogió la estrategia de actuar hacia dentro con la misma contundencia que hacia fuera, igual que el tiburón.
Es sabido que Villepin perdió la partida, y debió sin duda pensar que las miserias de su lucha con Sarkozy quedarían automáticamente saldadas. Se equivocaba, según se ha constatado en estos días: Sarkozy se ha personado como acusación en la causa por el caso Clearstream, un falso listado de cuentas corrientes sospechosas con las que se pretendió desacreditar al actual presidente de la República.
Ante el tribunal, Villepin se ha presentado como víctima de una implacable persecución por parte de Sarkozy. Éste, en cambio, explica su gesto como una manera de moralizar la vida pública, y no está dispuesto a dejar sin castigo una maniobra en la que ve la larga mano del ex presidente Jacques Chirac, de la que Villepin habría sido tan sólo el instrumento.
Enemigos de verdad, los del propio partido. Si no, que se lo digan a Dominique de Villepin y a Sarkozy, a la gaviota y al tiburón. Los jueces de la República han empezado a instruir el caso, y no es fácil saber cuál será el desenlace, si un ex primer ministro condenado o un presidente en ejercicio desairado. En cualquier caso, y pese a todas las vacilaciones, los magistrados se saben obligados a aplicar las leyes de la República, por más que lo que les apetezca sea extraer la moraleja de una fábula de Esopo.
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