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Columna
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Darwinismo

Estamos en el año Darwin y también la realidad se ha puesto ferozmente darwinista. En España, los salarios son de los más bajos de Europa y la vida muy cara, pero los expertos hablan todos como teutones. Las prestaciones sociales son indispensables si no queremos ver a millones de personas en la indigencia. Sin embargo, los bramidos dominantes proceden de estos machos depredadores que, una vez saciados, advierten sobre el exceso de "gasto social". Como indica el liberalismo bíblico, el nuevo jornalero mileurista, macho o hembra, es de la naturaleza de las uvas: "Dan lo mejor de sí cuanto más los exprimes". En este paisaje, hemos visto a un dotado macho banquero llevarse tres millones de invertebrados al año para abastecer su hábitat de jubilado. Sólo con las sobras en rabos de cefalópodos podríamos sobrevivir varias tribus norteñas. Cuando le llegó la hora del retiro a Ramón y Cajal, tan gran científico que se definía como "un modesto obrero de la biología", el diputado Julián van Baumberghen pidió que se le asignase una pensión de 25.000 pesetas anuales. El portavoz del Gobierno, conde de Bugallal, dijo que tal acuerdo sentaría un peligroso precedente. ¡Un científico con pensión! Y la mayoría de los diputados rechazaron la propuesta. Fue entonces cuando Ramón y Cajal escribió la carta pública titulada Por encima de la abeja está el enjambre en la que rechazaba, visto lo visto, cualquier ayuda. Todo el mundo sabe que las taras en educación e investigación, y la desigualdad social, lastran más que nada la historia de España. Y en esas estamos. Presidente, ministros y diputados tienen que pedir prestado el microscopio de Cajal para leer la Carta al Gobierno de los investigadores biomédicos y reconsiderar la salvaje amputación presupuestaria en el campo científico. Ahora entiendo a Darwin, cuando, cansado de tantos obstáculos, escribió a un colega: "Debería haberse hecho usted abogado en vez de botánico".

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