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Columna
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Gavilán o paloma

Todo empezó como un comentario inspirado por la victoria de la guerra sucia de Feijoo9 contra el Doctor Bipartito. Fue elevado a hipótesis por los medios de Madrid más afines a la lideresa Aguirre, para poner tenso a Rajoy. Con Camps mutando en un zombi político, ha alcanzado el estatus de maldad, refrendada por una agenda pública propia de una estrella de rock a lo Feijóo on Tour 2009/2010. El problema es que conforme Feijóo medra como sucesor, crecen también sus apuros para compatibilizar ambas condiciones de presidente y delfín. La Presidencia le limita la capacidad de dar espectáculo imprescindible en un aspirante. Esa exigencia de dar titulares cada vez que salta al campo le está complicando la vida como gobernante. Sobre todo cuando juega en Madrid, donde resulta difícil labrarse un porvenir soltando ocurrencias entre tanta competencia. Feijóo gestiona cada vez peor su dilema crítico. O gavilán o paloma, así sintetizaba magistralmente Pablo Abraira en qué vuelve el amor cuando se toma. A falta de saber quién acabará de "pobre tonto e ingenuo charlatán", haber tomado protagonismo en la intrahistoria popular vuelve a Feijóo presidente o delfín.

Como mandatario, Feijóo hace apostolado de la cordialidad; como delfín, predica el 'galegocidio'

Los primeros síntomas de esta disyuntiva se dieron con el conflicto del castellano. Como mandatario hace apostolado de la cordialidad para ganar tiempo, mientras busca cómo apaciguar una confrontación civil que está metiendo al sistema educativo y sus profesionales en un atolladero. Como aspirante, debe seguir predicando el galegocidio para que no prosperen las acusaciones de desviacionismo de la ortodoxia paleoespañola que concitan sus presidenciales llamadas a la amabilidad. El proceso se agravó durante el lance de la financiación. Como presidente, practicó su firme convencimiento sobre la maldad del modelo para Galicia. Incluso se embarcó en una gira internacional por Asturias y Castilla y León, buscando aliados cual Obama contra el régimen iraní. Como delfín, tuvo que abstenerse e inventar un abracadabrante espectáculo de magia que bien pudo titularse: si hoy es lunes, Madrid nos debe cien millones. La sintomatología se ha disparado a raíz del reciente episodio de la deuda. Como delfín, se fue de bolo a Madrid y para destacar en tan belicoso ambiente decidió emular a Mel Gibson en Braveheart. Enardeció la lucha contra el tirano Zapatero no al grito de "libertad", sino al de "insolvencia". A la mañana siguiente y como presidente, se vio forzado a mandar a su conselleira a matizar sus palabras antes de que alguien se hiciera daño asaltando la Castellana o le preguntara a Rajoy si iba a ordenar insumisión fiscal general. Con la crónica de una moción anunciada en Silleda, rozamos el desastre. Como presidente cruzaba la frontera del respeto institucional cuestionando a una alcaldesa electa, igual que él. Como delfín, con el resto de su partido, se aplicaba a convertir la política en un programa de telebasura, con la madre de Leire Pajín como protagonista y la propia Pajín abocada a pegar a sus progenitores para acreditar su autoridad. Pero Rajoy varió el rumbo inesperadamente para seguir haciendo sangre en Benidorm, dejando varado al delfín con su leal Rafael Louzán, masticando su aclamada fábula sobre la gobernabilidad imposible y los tres concejales. Pero la política es traicionera. Al día siguiente, tras el gürtelazo, era Rajoy quién se quedaba mudo mientras Feijóo declaraba estar a "lo que diga la justicia".

Esta contradicción entre presidencia y delfinato no puede sino ir a peor en el escenario de recursos escasos que se avecina. Como presidente, sus posiciones colisionarán con mayor frecuencia contra los intereses de su partido mientras la institución le obligará a contener la necesaria audacia que exige su estrellato en Madrid. Como delfín, habrá de mantener un discurso agresivo pero incompatible con la prudencia y el sentido institucional de su cargo. Si sólo fuera un problema de Feijóo, no tendría importancia. Ya es mayorcito. Pero a los liderazgos interinos de los Vázquez, sólo faltaba sumar la condición de líder a la espera de destino de Núñez Feijóo. Tanta provisionalidad no puede ser buena para un país tan viejo como éste.

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