Un astro del pop serbio en A Limia
Zoran Djukanovic promociona la gastronomía de los Balcanes en su casa rural
Crnipetar arrasó en la música pop de la antigua Yugoslavia y llegó a estar en el primer puesto del top. Luego se desató el infierno bélico en los Balcanes y sus integrantes serbios acabaron buscándose la vida en Londres. Allí fue donde el guitarra, Zoran Djukanovic, aplicándose el refrán de que "todo vale en el amor y en la guerra", conquistó a su mujer, Sara, hija de emigrantes de A Limia en Villablino, León. Ahora regentan una casa de turismo rural en Rairiz de Veiga, un alojamiento donde se puede encontrar una estrella que no figura en las guías turísticas.
Zoran, que en serbio significa amanecer, vio salir el sol por primera vez en 1969 en compañía de su hermano mellizo, en el Belgrado que por entonces se levantaba en huelga contra el régimen comunista yugoslavo. La vida de los chicos Djukanovic, hijos de una serbio-bosnia y un montenegrino, transcurrió ajena a turbulencias históricas.
Conoció a su mujer gallega en Londres, donde se ganaba la vida como cocinero
Jugó en el equipo de baloncesto de Allariz y dice sentirse "gallegovic"
A Zoran le gustaba la música, que siempre se le dio mejor que la escuela. Aprendió a tocar la guitarra que le regaló su madre por vocación mientras estudiaba cocina porque fue la única salida que le dejó su expediente académico: "Tenía dos opciones, camarero o cocinero, y lancé una moneda al aire para decidirme".
Sin embargo, un buen profesor le transmitió su amor por los fogones y acabó por despertarle el gusanillo que ahora lo mueve a experimentar en la fusión de los sabores gallegos y serbios en su restaurante rural de A Limia.
Tras acabar los estudios, Zoran fue engrosando su recetario con la experiencia laboral en el lujoso hotel Metropol y en el restaurante del estadio del mítico Estrella Roja de Belgrado. En 1989, cuando el bloque soviético comenzaba a abrir las puertas a la economía capitalista, le llegó una oferta de San Petersburgo para trabajar en la hostelería, un sector que renacía con fuerza en toda Rusia, y allí se marchó.
Volvió a Yugoslavia en 1990, un año antes de la guerra, y vivió en Serbia todo el conflicto armado. "A los serbios nos tocó el papel de malos de la película", comenta. Ha constatado que, por muchas veces que cruce el Limia, el "río do esquecemento" al que los antiguos romanos atribuían propiedades amnésicas, él no olvida.
En 1996 se marchó de su país: "Tenía la impresión de vivir en un lugar aislado". Con la guitarra bajo el brazo se fue a Londres, donde ya estaban sus amigos músicos, para ganarse la vida tocando en pubs. Allí no sabían de sus éxitos en el pop de los ochenta: "Una vez en Plymouth estábamos tocando en un local y los clientes nos daban la espalda para ver el partido de fútbol en la televisión".
No triunfó en la capital de la música, donde en realidad sobrevivió gracias a su oficio de cocinero, pero le fue bien en el terreno sentimental. "Entré en un café de Barnes y me fijé en la encargada". No tenía muchas posibilidades, porque Sara trabajaba con otros serbios y no le caían bien, rayando en la franca desconfianza: "Yo era un chico alto, guapo y amigo de músicos: malas referencias". Pero al final ella dijo sí y todo acabó en boda. Se casaron en el Town Hall de Chelsea, "donde se casan los roqueros", y lo celebraron con comida serbia. Luego compraron casa en Londres y allí vivieron tres años.
En 2001 decidieron que era hora de conocer a los parientes. Primero fueron a Belgrado y luego vinieron a Galicia. A él le pareció el lugar ideal para huir del bullicio de Londres y la crisis de Serbia. Compraron la antigua casa familiar de Sara en Sabariz (Rairiz de Veiga), ya abandonada y en ruina, y de la mano del arquitecto Rafael Mascareñas la convirtieron en una casa de turismo rural con el plus de la cocina serbia.
Desde entonces Zoran y Sara se han convertido en unos activistas de la calidad turística: "Hay que cuidar el sector porque es una actividad con garantías, ya que no se puede deslocalizar", afirma. De hecho, Sara preside la asociación Limia Verde, en la que trabaja para potenciar la comarca.
Zoran ha acuñado un nuevo término para su identidad y dice sentirse "gallegovic". Como buen serbio, no dejó de practicar el baloncesto y jugó en el equipo de Allariz. Como buen gallego, atribuye los posibles malos resultados del cuadro a los errores arbitrales. Tampoco abandonó la música y tiene un pequeño estudio en su casa, donde de vez en cuando compone algo de oído porque nunca ha sabido leer una partitura. Dice haber encontrado su ritmo en el rural orensano: "Es un compás lento en el que todo llega a su tiempo", explica.
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