Conselleira filósofa
La conferencia de la conselleira de Sanidade, sobre El compromiso político vivido desde la fe, contiene afirmaciones que, en boca de un gobernante de todos los gallegos, resultan incompatibles con la democracia y la convivencia. Anxo Guerreiro lo expresó de forma impecable en una columna que yo suscribo plenamente y que me exime de un análisis de teoría política y jurídica, aunque desde la concreta perspectiva del Derecho penal todavía habría que aclararle a Pilar Farjas por qué en la actual democracia española es abiertamente ilegítimo mantener la regulación vigente del aborto.
Ahora bien, más allá de esto, lo que me sorprende sobremanera es la grave confusión metodológica que se desprende de diversas afirmaciones que realiza. Así, para oponerse precisamente a la reforma del aborto, nos dice que "defender la vida es un logro del avance científico" y que "la ciencia nos permite ver la grandeza de quien fue capaz de crear la vida". Sin entrar ya en el concreto problema de que la existencia de las personas no puede reducirse a mera cuestión biológica, de espaldas a la interpretación social, la conselleira mezcla incorrectamente lo que Wittgenstein denominó el sentido trivial o relativo y el sentido ético o absoluto del lenguaje: la ciencia natural opera con juicios relativos que son meras descripciones de hechos y que nunca (ni siquiera la suma de todos ellos) pueden ser ni implicar un juicio de valor absoluto; en cambio, los juicios de la ética son absolutos y no forman parte del mundo de los hechos.
Lo más probable es que haya querido criticar el ateísmo como matriz del nihilismo moral
Pero lo más increíble es la descalificación del ateísmo, con el argumento de que "deja a los ciudadanos sin fuerza moral de desarrollarse". Tal expresión puede ser entendida en un doble sentido, criticable en ambos casos. Podría aludir (aunque parece improbable) a la mayor fortaleza psíquica del creyente para sobrevivir en un mundo tan infame, en cuyo caso no le faltaría parte de razón (en el sentido del juicio trivial o relativo) porque recientes investigaciones en neurobiología confirman que los creyentes sienten menos ansiedad y estrés cuando cometen errores. Ahora bien, ello es debido a una menor actividad en la corteza cingulada anterior del cerebro, que -aunque obviamente supongo que será deseada por todo ser humano- posee una base neurobiológica que coincide con otras manifestaciones de la actividad cerebral (en el lóbulo temporal y en el frontal) que sólo se reflejan en los creyentes, con lo cual parece que el ateo no tiene "culpa" alguna ni de su menor fortaleza psíquica ni de su falta de fe.
Sin embargo, lo más probable es que la conselleira haya querido criticar -en la línea de la encíclica papal en la que confiesa inspirarse- el ateísmo como matriz del nihilismo moral. Pero esta crítica resulta inconcebible en un gobernante de un Estado de Derecho, democrático, pluralista y laico, en el seno del cual no es legítimo ofender a los ciudadanos ateos, que también tienen su ética civil. Así, Farjas abre un camino seguro para destruir una convivencia que respete todas las convicciones profundas sin excepción, porque entonces los ciudadanos ateos podrían responder que -como escribe Flores D'Arcais- la religión no es más que una superstición a la altura de la astrología o del tarot (aunque más peligrosa, históricamente hablando), o que -como dice Mary McCarthy- sólo a la gente buena debería permitírsele el ser religiosa, porque para los malos es una tentación demasiado fuerte poder redimir luego con comodidad todos los pecados mortales. O, en fin, se le podría replicar del modo en que lo hace nuestro Valle-Inclán, por boca de Max Estrella, en la escena segunda de Luces de bohemia, donde lleva a cabo el mayor escarnio que haya podido hacerse de la religión católica, precisamente como respuesta a Don Gay -fiel trasunto de Pilar Farjas- cuando éste sentencia que "la creación política es ineficaz si falta una conciencia religiosa con su ética superior a las leyes que escriben los hombres".
Para no destruir la convivencia es imprescindible desterrar todas las afirmaciones anteriores y recordar de nuevo a Wittgenstein: "La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno o valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento. Pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente". Hablamos de todas las éticas, claro es, y siempre que no pretendan convertir sus pecados en delitos para todos.
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