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Los disturbios de Pozuelo

Un fin de fiesta tranquilo/aburrido

La policía vuelve a tomar Pozuelo para evitar el 'botellón' y los altercados, que no se reprodujeron

Pablo Linde

La imagen de cientos de jóvenes alrededor de la comisaría de Pozuelo de Alarcón custodiados por decenas de policías podría llevar a engaño. Se vio ayer sobre las diez de la noche, siete días después de los altercados que han tenido al pueblo como protagonista informativo de la semana. Esta vez no era un asalto. La multitud guardaba una ordenada cola para entrar en el polideportivo El Torreón, junto a la comisaría, para ver el concierto de Amaral que ayer cerró las fiestas del municipio.

Al cierre de esta edición la tranquilidad en el pueblo era total. Como sucedió el viernes, la presencia policial resultaba abrumadora: seis furgonetas de antidisturbios y decenas de coches del Cuerpo Nacional de Policía y la Policía Municipal se desperdigaban por el pueblo para evitar que los jóvenes hicieran botellón. Y lo consiguieron. Un agente preveía un cierre de fiesta sosegado: "la cosa está como ayer, suponemos que hoy tampoco pasará nada".

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Pero tanta tranquilidad puede resultar incluso excesiva para una feria. Una pareja de abuelos que se acercaba al lugar donde estaba instalada la feria se lamentaban del poco ambiente que había por la zona. Allí una de las encargadas de la mayor atracción explicaba que toda la polémica del botellón le había "partido por la mitad". "Nosotros trabajamos con gente joven y los han espantado a todos. Apenas hemos hecho negocio este año", se quejaba.

Algunos sindicatos policiales temían ayer que una vez controlado Pozuelo, fuese Majadahonda la que se convirtiese en el foco del botellón y de los problemas. A media noche de ayer donde se suelen concentrar a beber los jóvenes de esta localidad todavía apenas había nadie. El recinto ferial, otro de los lugares del botellón, estaba vallado y vigilado a la espera de que las fiestas de Majadahonda comiencen mañana. Pero un grupo de veinteañeros que suele acudir a divertirse cada fin de semana por la zona, el centro comercial Equinoccio, estaba convencido de que pronto acabaría llegando gente a los alrededores. Las botellas de alcohol en el suelo de los aparcamientos delataban que el botellón es habitual en aquel lugar. Sobre esa misma hora se comenzaban a apagar las luces del recinto de Pozuelo. Los jóvenes pasaban a su lado sin saber dónde ir una vez que la fiesta había terminado. "Vaya mierda, esto ya está muerto", le espetaba un adolescente a otro. "Hemos acabado pagando todos lo que han hecho unos pocos. La semana que viene iremos a Majadahonda donde las fiestas son siempre mejores. Aquí no nos dejan pasarlo bien", explicaba un chaval de 18 años.

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El año en el que las fiestas del pueblo han tenido más repercusión en toda España no han sido seguramente las más divertidas.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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