Un libro a puerta cerrada
Evelio Rosero (Bogotá, 1958) es un escritor excelente. Vaya por delante esta evidencia. Tiene algo persuasivo verdaderamente deslumbrante. No sólo en el sentido general de sus textos, sino en las palabras concretas, en lo pequeño: lo preciso. Algo embaucador pero no falso que logra convertir un texto en un cedazo capaz de filtrarlo todo como si lo purificara. Hasta ceñirse, estrictamente, en lo esencial. Hasta convertir las palabras en objetos verdaderos, íntimos. Casi masticables.
Ésta es su capacidad inmensa. Su talento.
Lo consiguió magistralmente con Los ejércitos (Tusquets, 2007), una novela perfecta que ganó el Premio Tusquets en 2007 y el Independent Foreign Fiction Prize en Londres en 2009. Una narración sobre la aparición inesperada de la violencia en la vida de un viejo que trastoca su delimitado contexto hasta enrarecerlo tanto que el viejo parece incapaz de reconocerse en él.
Los almuerzos
Los almuerzos
Evelio Rosero
Tusquets. Barcelona, 2009
144 páginas. 14 euros
Y ahora, dos años después, Evelio Rosero regresa con Los almuerzos, que había sido publicada en 2001 por la Universidad de Antioquia y que cuenta un episodio en la vida de Tancredo: un jorobado que vive en una parroquia aparentemente inocua y bondadosa, de rutinaria simpleza, pero que en realidad esconde una extrañeza oculta e inesperada que el lector va descubriendo y en la que se va adentrando a medida que avanza la novela. Un libro que sucede en un corto espacio de tiempo y con pocos personajes. Casi una obra de teatro de enredos en la que "las tres Lilias, el sacristán Machado, su ahijada Sabina Cruz y él, acólito, él, Tancredo, él jorobado" ven de qué modo todo se precipita y cambia radicalmente. Igual que sucederá, años después, en Los ejércitos, donde el mundo del viejo desaparece en un corto espacio de tiempo.
Y sin embargo en Los almuerzos, Evelio Rosero crea un mundo que el lector debe observar desde afuera porque no necesita de él. Un mundo construido con la meticulosidad que le es propia al autor, igual de pulcro en su escritura, pero más cerrado en sí mismo. Más terminado. Y, tal vez por eso, menos obsesivo.
Un mundo que podría no necesitar al lector.
Quizás se deba al entorno religioso en el que todo sucede y a los extraños personajes que lo habitan, que convierten el entorno de la novela en un mundo voluntariosamente enrarecido. Un lugar que no podría ser el nuestro. No un contexto que se va enrareciendo a medida que la violencia lo invade, por poner como ejemplo lo que sucede en Los ejércitos. No un entorno capaz de engullirnos. Sino un mundo que el lector descubre hecho, terminado. Y que, precisamente por eso, tiene su puerta de entrada cerrada.
Una novela que podemos mirar y reseguir, pero sin construirla. Y aun así: una novela necesaria. Porque el depurado estilo y la pulcra escritura de Evelio Rosero resultan, en verdad, inolvidables. -
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