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Columna
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Cuernos

Nunca he entendido a esas personas que, ante una infidelidad, no se vuelven contra su pareja, sino contra un desconocido/a a quien a veces ni siquiera conocen. Porque mi Paco, mi Mari, nunca me habría hecho algo así, la culpa es del sinvergüenza, de la lagarta que se ha metido por medio... Ésa ha sido la actitud de la dirección del PP ante las aventurillas de los muchachos que han retozado alegremente con Correa, para amparar después su condescendencia en la universalización del conflicto, hombre, mujer, a todos nos han puesto los cuernos alguna vez, y yo creo que mi Mari, mi Paco ni siquiera ha disfrutado...

Nos fuimos de vacaciones con el primer argumento y hemos vuelto con el segundo. De las ironías sobre el precio de los trajes de Milano hemos pasado a la vocecita con la que Aguirre se pregunta por qué sólo se hacen públicas las corrupciones de su partido. De lavar los trapos sucios en casa, a ensuciar el aparato de seguridad del Estado, sugiriendo que la corrupción no es tanto la actividad ilícita de los corruptos como el hecho de que esté siendo investigada. Esas declaraciones no pretendían tanto aliviar la presión sobre el PP como instalar en el ánimo de los ciudadanos que la corrupción es una cosa normal, una pandemia leve, tan inocua como la gripe A e implícita en la misma democracia, pero eso no ha sido lo peor. Lo peor es que esto se estira, y se estira, y se sigue estirando, y no pasa nada.

Rajoy debería ser consciente de quién le ha puesto los cuernos, si de verdad aspira a llegar alguna vez a La Moncloa. O tal vez no. Tal vez, la única encuesta útil que ha encargado en su vida le ha revelado que España es un país tan desmoralizado que sus votantes tratan a sus líderes igual que a las parejas que les ponen los cuernos. Porque lo importante es que yo sé que mi Paco, mi Mari, me quiere de verdad...

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