¿Se rompe España?
El ex ministro socialista Jordi Sevilla ha renunciado esta semana al acta de diputado por Castellón tras 25 años dedicado a la función pública y a la militancia política. Cofundador de la corriente Nueva Vía (ganadora del 35º Congreso del PSOE), portavoz de Economía en el Congreso de 2000 a 2004 y ministro de Administraciones Públicas con Zapatero, también se ha interesado por las dimensiones teóricas de la democracia. Su estimulante ensayo De nuevo el socialismo (Crítica, 2002) revisa aquellos de sus fundamentos afectados por la crisis del marxismo mediante una original lectura de los principios de libertad, igualdad y fraternidad.
Jordi Sevilla se quedó sin espacio político propio después de abandonar la cartera ministerial por decisión del presidente del Gobierno, que se proponía al parecer designarle candidato -finalmente no lo fue- a la Generalitat valenciana. Los cultivadores de la pequeña historia recuerdan maliciosamente cómo un micrófono mal cerrado dentro del hemiciclo le arrastró a un episodio algo humillante para el actual presidente del Gobierno, al que se ofreció para darle clases urgentes de la ciencia lúgubre durante un par de días a fin de remediar su ignorancia en la materia. Pero la despedida pública de Sevilla le sitúa más bien en la lista genérica de damnificados por el rampante hiperliderazgo sin causa de Zapatero: "Creo más en el proyecto social que en el poder, en las reglas conocidas que en la discrecionalidad, en los equipos que en las individualidades".
El ex ministro Jordi Sevilla narra la génesis del Estatuto de Cataluña, hoy atascado en el Constitucional
La disparatada génesis del Estatuto de Cataluña explica en buena medida el prolongado atasco sufrido en el Constitucional por el recurso del PP presentado en 2006. El reciente libro de Jordi Sevilla en colaboración con José María Vidal y Carmen Elías -Vertebrando España (Biblioteca Nueva, 2009)- arroja bastante luz al respecto. En el capítulo "España no se rompe" el entonces ministro de Administraciones Públicas ofrece un testimonio personal del errático proceso, iniciado con la aprobación en Cataluña de un proyecto maximalista a extramuros de la Constitución y concluido en las Cortes con un rompecabezas casi irresoluble. Las interferencias y los empujones en el equipo gubernamental -"no siempre se respetaba la sombra del compañero"- desplazó poco a poco "el eje de coordinación y negociación" del Estatuto hacia el Palacio de la Moncloa y puso "todos los hilos de la madeja" en manos del presidente del Gobierno.
La desautorización de Piqué como interlocutor del PP catalán y la conversión del Estatuto en una agresiva bandera de la campaña lanzada por los populares contra el Gobierno al grito de ¡España se rompe! -equivalente a ¡Zapatero quiere romper España!- azuzaron los agravios comparativos de las demás comunidades. Tres años después, sin embargo, la buena disposición de Rajoy a pactar con el nacionalismo catalán el apoyo para su eventual investidura en 2012 muestra que, pese a todo, ni España ni su Estado se han roto. -
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