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Reportaje:LOS CRÍMENES QUE CAMBIARON MADRID

Matar por un 'pico'

El triple homicidio de Sainz de Baranda conmocionó a una ciudad marcada por el consumo de heroína en los años ochenta

Patricia Gosálvez

En la cocina había tres tazas de café y dos colillas de Bisonte. Era el rastro amable de la visita de los asesinos. En el pasillo, el salón y el comedor yacían los cuerpos acuchillados del matrimonio Gardner (un ingeniero neoyorquino y su esposa) y su asistenta Benita Carretero. El canario, único testigo, tituló Jesús Duva su primera crónica sobre el triple homicidio de la calle de Sainz de Baranda en EL PAÍS. "Hay demasiadas cuchilladas, demasiada crueldad", decía en aquel reportaje el comisario al cargo, "sin duda es un caso especial, esto no sucede todos los días". Una semana después la policía detuvo a los autores, María de los Ángeles Carretero y su novio, Francisco Sánchez, ambos heroinómanos. Resultó que el domingo 24 de enero de 1988 habían ido a la casa donde trabajaba Benita, tía de ella, a pedirle dinero para comprar droga.

"Había gente pinchándose por todos lados", dice una vecina del barrio

"Nos sacó un café, galletas y que si queríamos tarta", declaró la sobrina homicida, "alboroto, alboroto... No me acuerdo de nada... No sé quién llevaba el cuchillo... En la calle, nos vamos para casa, nos cambiamos de ropa, nos pinchamos, no comentamos nada". El "alboroto" fue el triple homicidio que conmocionó al país. El móvil: el robo para comprar heroína.

Era la pesadilla del momento. "Entonces los drogodependientes eran como los orcos en El Señor de los Anillos", dice Ignacio Calderón, portavoz de Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), "la gente se encerraba en casa temiendo su ataque, pensando que iban a dejar la ciudad como un solar". Según el experto, durante la crisis de la heroína de los ochenta se generó "una imaginería de la drogadicción que sigue vigente aunque han cambiado las sustancias, el contexto social y el perfil de los consumidores". "La alarma social fue desmedida", explica, "recuerdo a un presentador de telediario diciendo 'ha habido un atraco y parece que los autores no son toxicómanos". Un vistazo a la hemeroteca de 1988 lo confirma: titulares sobre drogodelincuentes (y sus técnicas, como los atracos a punta de jeringuilla), notas diarias con los muertos de sobredosis (62 sólo en Madrid entre enero y julio de aquel año), fotos de las caceroladas de Madres contra la Droga y las manifestaciones al grito de "Leguina, no queremos heroína". Los temas de los editoriales eran la conveniencia de la metadona y las políticas de mano dura. Aquel año el socialista Bettino Craxi penalizó el consumo en Italia; también murió El Pirri colgado de una jeringuilla, y se estrenó Matar al Nani, exponente del cine quinqui (por cierto, la maravillosa exposición Quinquis de los ochenta del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona llegará el próximo verano a La Casa Encendida). Los periódicos hablaban -sin el corsé de la actual corrección política- de yonquis, picos, papelinas y el mono, ese que hacía que los 12.000 heroinómanos madrileños pudiesen, en cualquier momento, convertirse en monstruos.

El asesinato de los Gardner fue en una calle burguesa junto al Retiro que apenas ha cambiado desde entonces. El verdadero escenario del crimen está en San Blas, donde detuvieron a María de los Ángeles cuando acudió, tras empeñar parte del botín, a comprar caballo. Según un informe de 1988:

"No sabes cómo era esto", dice Carmen Ruiz Martín, una vecina del barrio, en el que ha vivido más de 20 años. "Jeringuillas por todos lados, gente pinchándose en los parques, tirados en los portales... Se nos murieron chavales a punta pala". Esta asistenta jubilada perdió a una hija, Paloma. "Era muy difícil mantenerlos alejados de la droga, la tenían encima", dice.

Hoy en el barrio hay terracitas, abuelos y chavalería inmigrante. Algunas parejas de heroinómanos en la cuarentena se pasean con cervezas en la mano. Raúl Limo atiende el quiosco frente al metro de Simancas: "Los yonquis se pelean entre ellos, pero conmigo no se meten".

Jeringuillas en un descampado de San Blas, en 1988.
Jeringuillas en un descampado de San Blas, en 1988.MIGUEL GENER

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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