El tiempo curvo
Hay un tiempo nítido e irreversible, sin vuelta atrás, el de los fenómenos biológicos y químicos ("la flecha del tiempo", como la llamaron, tan gráficamente, Ilya Prigogine e Isabelle Stengers en su apasionante ensayo La nueva alianza. Metamorfosis de la ciencia). Y hay un tiempo cargado de enigmas, el de la curvatura espacio-temporal descrito en la teoría de la relatividad general de Einstein. El Centro Cultural de Andratx (Mallorca), siguiendo su política de traer a nuestro país las más recientes tendencias artísticas de la esfera internacional, ha reunido una treintena de piezas multidisciplinares articuladas en torno a la reflexión sobre la temporalidad y el eterno retorno. Black Hole (agujero negro) es su título, referencia explícita a ese desafiante lugar en el que una vez dentro nada, ni la luz, puede nunca escapar.
Black Hole
Centro Cultural de Andratx
Estanyera, 2. Andratx, Mallorca
Hasta el 30 de octubre
Atendiendo a esa idea-fuerza que unifica el conjunto, la obra básica, el gozne sobre el que gira la exposición es la escultura que presenta la artista polaca afincada en Berlín Alicja Kwade (Kattowice, 1979). Su aparente simplicidad esconde todo un desafío. Observamos un paralelepípedo curvo apoyado sobre el suelo. Sobre ese bloque dos relojes art decó a los que se ha vaciado de manecillas y números. La llave que los haría funcionar reposa sobre la pieza central, representación del tiempo curvo einsteniano. Todo está callado. Se escucha la ausencia del tictac. Y todo es pulcrísimo, no hay poso ni rasguño alguno que delate que el tiempo ha transcurrido sobre esas misteriosas formas.
Black Hole es, en esencia, una muestra en blanco y negro, pero contrapunteada con algunas destacables obras psicodélicas (como la vidriera con figuras de diamantes del británico Mark Titchner) o dadaístas (como las esculturas del suizo David Renggli, en las que juega con los conceptos de estabilidad e inestabilidad, un problema, además de existencial, típicamente cosmológico). Hay además piezas que son superficies monocromas pintadas sobre las paredes, convertidas en lienzos, del propio recinto, como los dos grandes círculos/agujeros negros (en este caso en su sentido literal) de Neil Campbell, o los campos de colores grises de Olivier Mosset.
Atravesamos una exposición que da qué pensar y que en muchos de sus recovecos no entra a través de los sentidos. Estamos más bien próximos al concepto de duración, entendida aquí como la intensidad eterna del instante, ese intento de burlar al tiempo lineal que vanamente quisieron instaurar Goethe y sus coetáneos. En una lectura más superficial, también puede interpretarse la muestra como un retorno a los desvelos artísticos y existenciales de los años ochenta. No es, en todo caso, la visión que a quien esto escribe más le interesa.
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