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héroes y villanos
Columna
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El rey del mundo

Diego A. Manrique

Recuerdan? Hubo un tiempo en que Richard Branson era realmente popular por sus hazañas deportivas, que generaban extraordinaria publicidad para sus líneas aéreas y otras empresas Virgin. Acumuló varios récords mundiales, jugándose la vida.

Al cumplir los 50 años, en 2000, Branson renunció a las travesías peligrosas. Reconvertido en autor, ha publicado media docena de libros de éxito, desde su autobiografía a la crónica de sus vuelos en globos; debe tener un negro altamente eficaz, aunque todos los textos llevan sus huellas dactilares.

El último es Business striped bare, una guía del mundo de los negocios, a partir de los grandes éxitos (y algunos fracasos) del grupo Virgin. De paso, afianza su imagen de filántropo y ecologista, que se codea con Nelson Mandela, Al Gore, Bill y Melinda Gates...

Sus consejos suenan elementales, pero ocasionalmente lanza propuestas genuinamente bransonianas: las fiestas necesitan un tratamiento fiscal especial, son esenciales para construir el espíritu de empresa. Insiste en que los directivos se ocupen, regularmente, de firmar cada cheque de la compañía, para detectar despilfarros.

Creyente en "lo pequeño es maravilloso", sugiere que el número ideal de empleados es el centenar; si se supera, la sociedad debería partirse en dos o las que sean necesarias. La multiplicación de empresas -y su presencia en todos los ámbitos- explica que, según Branson, Virgin pueda sobrevivir a los malos gestores o a cualquier crisis sectorial.

No ha perdido el sentido de lo absurdo. Está preparando su entrada en el negocio de las pensiones cuando recuerda que, en ese mismo salón, se reunía con los Sex Pistols ("¡No future!"). Sin embargo, carece de soluciones para la industria de la música, que ya abandonó. Como esos antiguos periodistas que ahora reniegan de los periódicos de papel, ahora piensa que las grandes discográficas no son necesarias.

También tiende a echar balones fuera. Si descarrilan sus trenes, es culpa de la infraestructura estatal. Si no consigue la licencia para explotar loterías, la competencia ha sobornado a los funcionarios. Si le pillan haciendo falsas exportaciones de discos para ahorrarse impuestos, se convence de que otros mayoristas estaban en el ajo (un "error de juventud" que reapareció decisivamente en 2007, cuando ofreció a Gordon Brown rescatar el banco Northern Rock).

Su problema, como el de tantos triunfadores, es la incapacidad para asimilar opiniones divergentes. Hace años, cuando quiso introducir en España sus megastores, nos invitó a varios periodistas a almorzar en su mansión londinense. Le encantaba que la primera tienda Virgin se abriera en un lugar privilegiado de Sevilla. Todos los comensales callaban, así que me tocó darle las malas noticias. "Sevilla es una ciudad tan llena de arte y artistas que apenas consume productos culturales. No hay más que ver las giras de grupos internacionales: muy pocos paran en Sevilla".

Silencio total. Zanjó el tema: "Nadie me ha contado eso". Y siguió con el autobombo. En España, las tiendas Virgin fueron un fracaso espectacular. Especialmente, la de Sevilla.

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