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Reportaje:

Vacaciones a media jornada

Solidaridad Galicia organiza cada año cuatro viajes a sus proyectos de cooperación

"Voy a entrar en la selva. Hasta dentro de dos semanas no daré señal de vida, pero no os preocupéis". Así se despidió Ángela Granero de los suyos al llegar a Ecuador con uno de los grupos del proyecto Vacaciones Solidarias organizado por Solidaridad Internacional. Como cada año a lo largo de la última década, la rama de la ONG en Galicia organizó el viaje de 25 voluntarios gallegos decididos a pasar parte de su verano colaborando en proyectos de cooperación en África y América Latina.

A lo largo de su estancia en la selva ecuatoriana, Ángela vivió dentro de una comunidad de indígenas kichwa a 16 horas en canoa de la población más cercana. Este aislamiento convierte el turismo en una opción económica de futuro más viable que el comercio de papaya, yuca o cacao con las comunidades vecinas, pero es ese mismo aislamiento el que ha dificultado, para bien o para mal, el contacto entre nativos y extranjeros. El grupo de Ángela es, por el momento, lo más parecido a una expedición turística que ha visitado la aldea y, a la vez, lo más distinto a una pandilla de vacaciones en cualquier otro destino más convencional.

Los voluntarios en los campamentos de Tinduf vuelven muy afectados
"En 20 días no se cambia el mundo, pero pueden vivirlo de primera mano"

Allí ayudaron en la escuela infantil, en la cría de tortugas para repoblar la especie y en la recogida agrícola, pero la coordinadora gallega del proyecto, Teresa Boiro, deja claro que desde la asociación no pretenden "engañar a nadie": "En 20 días no se cambia el mundo. No dejan de estar de vacaciones, pero tienen la oportunidad de vivir una experiencia de primera mano".

Los viajeros de Solidaridad Galicia viven un mes de turismo comunitario, adaptándose al modo de vida de una colectividad en la que se integran y con la que interactúan. El vuelo a Ecuador fue, con el de Guatemala, el primero en salir de los cuatro planeados para este verano. La principal diferencia entre ambos viajes fue el trabajo que los esperaba al llegar: labores de ecoturismo en el primero y tareas de sensibilización sobre la prevención del sida y la violencia en el segundo. A primeros de mes, salió el tercer grupo con destino a Bolivia, país en el que a lo largo de este mes trabajarán principalmente en actividades de apoyo a la mujer. Ya en octubre, los últimos voluntarios partirán hacia los campamentos de refugiados saharauis en Tinduf, en Argelia.

Este es uno de los pocos destinos que se mantiene año tras año debido a la necesidad constante de ayuda en una región de la que los viajeros siempre vuelven "altamente afectados", según Teresa Boiro. Pese a que la asociación imparte previamente un curso obligatorio, es imposible "asimilar toda esa información" y la mayoría descubre que la realidad que afrontan al llegar es distinta de la que esperaban. Aún así, es bastante frecuente que algunos repitan el siguiente verano yendo al mismo sitio porque "establecen una conexión".

Este ha sido el tercer viaje para Ángela, de 37 años, que prefiere cambiar de destino cada año. Reconoce que siempre hay quien echa de menos ciertas comodidades o no se acostumbra a la comida y a la fauna de la zona, pero en su balanza ser purificada por un chamán o participar en la pesca del paiche, un pez de dos metros y una carne que "no cambiaría por nada del mundo", pesan más que cualquier molestia provocada por mosquitos y coloradillas. Resulta irónico que, después de que los indígenas los amedrentasen con historias de anacondas, se marchasen sin ver una sola serpiente y con ganas de "arrancarse la piel" por culpa de los insectos. Los únicos bichos de los que se libraron fueron los gusanos asados, un plato que suele ofrecerse a los visitantes pero que este año no tuvieron oportunidad de probar. "Es lo único de lo que me arrepiento", asegura, "ya que estás allí, tienes que tirarte a la piscina".

De todas formas, el precio, que oscila entre los 1.000 euros del viaje más barato y los casi 2.000 del más caro, incluye un seguro que cubre el posible regreso antes de tiempo si surge algún problema, además del coste del billete de ida y vuelta, la manutención, el alojamiento y el transporte dentro del país de destino, salvo para excursiones.

Gran parte de las que se animan con este tipo de aventura son mujeres de entre 25 y 35 años, que ya están vinculadas a alguna organización y que se dedican a la enseñanza, por lo que disfrutan de unas vacaciones más largas que las de la media. Aun así, a la hora de coger el avión se juntan en el aeropuerto estudiantes, jubilados, médicos, ingenieros... Desde la asociación intentan que cada uno pueda contribuir con conocimientos propios de su profesión, pero no siempre es posible. La idea es dar, no recibir, pero Ángela cree que son los que van como turistas quienes salen ganando. "Aprendes a relativizar los problemas, a descubrir que no eres el ombligo del mundo. Es una cura de humildad".

Ángela Granero (con camiseta naranja), en un río de la selva ecuatoriana con miembros de la etnia <i>kichwa </i>y otros voluntarios.
Ángela Granero (con camiseta naranja), en un río de la selva ecuatoriana con miembros de la etnia kichwa y otros voluntarios.

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