Arealonga, la playa devorada
El Ministerio de Medio Ambiente encarga un estudio para descubrir por qué el mayor arenal de O Vicedo ha retrocedido 60 metros
Éste es un paisaje casi sin figuras. En hora punta y con las nubes a punto de esfumarse, a lo largo de los más de dos kilómetros que mide la playa de Arealonga, desde la punta de Os Castelos hasta las cuevas de cuarzo de Pena Furada, sólo se ve una pareja de bañistas. "Para. Escucha. ¿Oyes qué silencio?", le pregunta Concha a Quique. Han venido de Madrid, y dicen que en la vida, por toda la costa de España, han encontrado otra playa como ésta. Enterita para ellos en pleno agosto. Las conchas de zamburiña crujen bajo los pies, y en la orilla hay varado un palé náufrago cuajado de percebes. Arealonga parece una playa virgen. "Ojalá que no la descubra nadie", desean los madrileños. Pero resulta que más que virgen, este arenal, el más grande de O Vicedo, es una orilla abandonada.
El mar ya se ha comido el paseo, una fuente, farolas y hasta la carretera
Es la primera vez en 32 años que Aurelia no puede abrir el chiringuito
Donde ahora están el palé, las conchas, la arena, hace 15 años había un pinar. Entre finales de la década de los 70 y principios de los 80, el mar se volvió voraz y cada vez con más ansia fue zampándose la línea de la costa. Desde entonces, cambió todo el paisaje. Dicen los más viejos que el agua ya le ha ganado 60 metros a la tierra. De diez años a esta parte, sobre todo en invierno y cuando sopla el Nordés, además del pinar, la pleamar ha engullido las dunas, el paseo marítimo, una fuente, farolas y hasta la propia carretera asfaltada, de dos carriles, que unía O Vicedo con la playa. A medida que el agua roe las capas superficiales, bajo el firme vuelve a aparecer el subsuelo de arena blanca. Por eso, en realidad, la playa nunca se acaba. Solamente retrocede.
Este verano, la marea lamió y lamió hasta comerse el campo en el que aparcaban sus coches los turistas, y una vez desaparecido el paseo, el agua ya amenaza a tres chalés. Cuando el mar está bravo las olas golpean las ventanas. Ahora intentan proteger los cimientos levantando diques con cascotes de piedra. Explica Jesús Novo, el alcalde, del PP, que "el mar se lleva la arena de la playa y la deposita sobre O Lombo das Navallas", un banco de bivalvos que emerge cuando baja la marea y que cada año presenta una chepa más acusada. "O Vicedo fue famoso por su coquina", sigue contando, "pero ahora desapareció toda, por tantísima arena que se le vino encima. Aún sembrando, no conseguimos que vuelva".
El alcalde, como casi todos sus vecinos, sospecha que el origen del desastre está en el cemento. "Yo creo que las corrientes marinas cambiaron por culpa del relleno del puerto y por el puente de la general", dice. Arealonga está al fondo de la ría de O Barqueiro y acaba en la desembocadura del río Sor, frontera natural entre Lugo y A Coruña. A un lado, está el pequeño espigón y al otro, detrás de Pena Furada, las pilastras del puente "que estorban el curso del río". De momento, no hay nada demostrado, pero Novo explica que el Ministerio de Medio Ambiente "adjudicó hace dos meses la elaboración de un estudio" para descubrir por qué el mar llega a Arealonga con tanto apetito.
"Parece que es un trabajo serio: va a costar 130.000 euros", comenta. "Y después, al fin, podremos actuar. ¿De qué vale hacer nada mientras tanto? A lo mejor los expertos nos dicen que está todo arreglado con levantar otro muro que vuelva el sentido de giro de las corrientes a lo que era antes. No sé... Cualquier cosa con tal de volver a ver la playa como la conocí hace 50 años".
En la carretera, las señales invitan con insistencia a los turistas a visitar la playa de Xilloi. "Xilloi. Bandeira azul", proclaman los carteles, y a Xilloi va todo el mundo de cabeza. Pero la verdadera causa por la que los bañistas han dejado de venir a Arealonga (sin bandera azul "pero más limpia que la que más", según el alcalde) no hay que buscarla en los indicadores, ni tampoco en el hecho de que el mar se haya tragado el aparcamiento. "La causa", dice Aurelia, "es que no abrí el chiringuito".
Aurelia Pena es el personaje más célebre de O Vicedo. Más incluso que el regidor municipal, armador de barcos de pesca y cantante del grupo Intervalo. Nadie sabe cuántos años tiene esta mujer ("los tengo todos", bromea) pero lo cierto es que, tener, tiene edad de jubilarse. "Lo que me faltan son ganas", se lamenta. "En casa me aburro, y si este año no abrí el chiringuito es porque no llegó el permiso de Costas". Es la primera vez que esto pasa en 32 años. En los buenos tiempos, la propietaria del quiosco playero abría ya en mayo. En Arealonga había siempre gente. De día y de noche. Y los turistas practicaban la acampada libre. No traían más que la tienda y el arroz. Apañaban almejas, mejillones y longueiróns y comían paella marinera. Al atardecer, se iban a donde la Aurelia y le pedían que hiciese torreznos. Con el tiempo, y gracias a los visitantes llegados "de Madrid, del País Vasco y hasta de las Canarias", la especialidad del chiringuito cobró fama y, según cuenta el alcalde, "ahora es ya un producto típico de O Vicedo".
Este año, Aurelia necesitaba el permiso no para abrir, sino para retranquear unos metros su negocio, nuevamente en riesgo de derrumbe por el avance del mar. Desde que en 1977 se hizo cargo del quiosco blanco y rojo de Arealonga, ya ha tenido que echarlo hacia atrás tres veces. "Si siguiese donde al principio, ahora estaría flotando", explica riendo. Pero lo cierto es que todos los fans de los torreznos del chiringuito han visto en su cierre el final de esta playa. "Es que aquí los mozos ya no decían 'me voy a Arealonga', decían 'me voy a la Aurelia", cuenta con orgullo ella. El domingo pasado, sus clientes habituales del verano la llevaron engañada hasta la caseta y le hicieron un homenaje. "El año que viene vuelvo", les prometió emocionada. Aunque la última palabra será la de Costas.
Aurelia también le echa la culpa al hormigón. "Se ve que no hicieron bien el muelle. No miraron cómo corrían las aguas. Y ese invierno la primera ola ya tiró siete pinos seguidos". Mientras el chiringuito sigue cerrado, tambaleándose al borde del talud escarbado por el mar, O Vicedo intenta que al menos sobrevivan los torreznos. "Ahora los prepara Marta en la Casa da Cultura", promociona el alcalde. "Pero no saben como los míos", suelta Aurelia presumida.
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