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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bagdad resiste

Baazistas y 'yihadistas' pretenden desmantelar la incipiente legitimidad democrática en Irak

Bagdad vivió el miércoles una jornada de terror, la más mortífera desde la retirada de las tropas norteamericanas el pasado 30 de junio. En menos de una hora, una sucesión de bombas y proyectiles causó un centenar de muertos y más de 500 heridos en la capital iraquí. Un portavoz del Gobierno de Nuri al Maliki responsabilizó de los ataques a los baazistas, antiguos partidarios de Sadam Husein, y a los grupos de la órbita de Al Qaeda. Un único extremo es, sin embargo, seguro: los terroristas quisieron demostrar que están en condiciones de atacar las zonas más protegidas de Bagdad. Una exhibición de fuerza que, entre otras cosas, pretendía contradecir el optimismo de Al Maliki, quien, ante la disminución en el número de atentados, había ordenado retirar a principios de este mismo mes los muros de hormigón que dividían la ciudad.

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La espectacularidad de los atentados, tanto por su dimensión como por los lugares elegidos para perpetrarlos -en las proximidades de los ministerios de Finanzas y Exteriores-, no pone en entredicho ni la necesidad de que las tropas norteamericanas se retirasen ni los avances logrados por el Gobierno iraquí. La ausencia de tropas extranjeras en Bagdad priva a los terroristas de la coartada que mantenían hasta ahora, cuando intentaban justificar sus métodos execrables como respuesta a la ocupación. Los atentados del miércoles mostraron a las claras que lo que rechazan son unas reglas de juego que concedieron el poder a Al Maliki y que le ha permitido negociar con éxito la salida de las tropas extranjeras, algo que ellos no han conseguido con las armas en la mano. Y que lo que proponen en su lugar es el regreso a un poder autoritario, ya sea baazista o yihadista, asentado sobre la sangre de los iraquíes.

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Irak fue víctima de una guerra y una ocupación ilegales que convirtieron el país en un campo de batalla donde se han dado cita todos los fantasmas internos y regionales. Sólo con la tenacidad y la determinación de los iraquíes, expresándose en las urnas y no entregándose al capricho de ningún caudillo, el país está empezando a construir por sí mismo, sin tutelas exteriores, una incipiente legitimidad democrática. Los terroristas de todo signo lo saben, y de ahí que hayan redoblado su barbarie contra los artífices de este avance: los iraquíes hastiados de dictadura, de guerras liberadoras y de violencia fanática en ciudades y aldeas.

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